Su interlocutor siguió la mirada, mas el cristal medio empañado no le dejaba ver si realmente había alguien allí. Se encogió de hombros y bebió un sorbo de su café; el cyborg le daba escalofríos. Hacía poco que trabaja con él y habían quedado para charlar sin la presión que supone el puesto de trabajo, pero se mostraba igual de taciturno que durante el servicio.
—Me recuerdas a una canción de los Who: “I can see for miles, and miles, and miles...” —Alberto se obligó a sonreír.
—Es gracioso, era la canción con la que anunciaban mis implantes oculares —una leve sonrisa apareció en los labios del cyborg—. También tengo aumentado el olfato; entre nosotros, es muy útil para elegir buenos restaurantes o, como ahora, cafeterías. Me encanta el café ¿a ti no?
—Claro ¿a quien no? —Alberto sonrió aliviado viendo cómo su compañero dejaba a un lado su actitud reflexiva.
Se produjo un silencio y antes de que alguno pudiera romperlo sus teléfonos sonaron. Los llamaban desde Central, acababan de recibir un aviso de un supuesto tiroteo y debían ir hasta allí a investigar lo sucedido.
—Voy a por el coche, ve pagando los cafés.
Alberto se dirigió a la barra mientras su compañero salía por la puerta. La llamada era extraña; de tratarse de un tiroteo en marcha llamaría al grupo especial de operaciones, de haber finalizado el trabajo correspondía a la policía científica y, si no se sabía la situación, simplemente a la patrulla más cercana.
—Es gracioso, era la canción con la que anunciaban mis implantes oculares —una leve sonrisa apareció en los labios del cyborg—. También tengo aumentado el olfato; entre nosotros, es muy útil para elegir buenos restaurantes o, como ahora, cafeterías. Me encanta el café ¿a ti no?
—Claro ¿a quien no? —Alberto sonrió aliviado viendo cómo su compañero dejaba a un lado su actitud reflexiva.
Se produjo un silencio y antes de que alguno pudiera romperlo sus teléfonos sonaron. Los llamaban desde Central, acababan de recibir un aviso de un supuesto tiroteo y debían ir hasta allí a investigar lo sucedido.
—Voy a por el coche, ve pagando los cafés.
Alberto se dirigió a la barra mientras su compañero salía por la puerta. La llamada era extraña; de tratarse de un tiroteo en marcha llamaría al grupo especial de operaciones, de haber finalizado el trabajo correspondía a la policía científica y, si no se sabía la situación, simplemente a la patrulla más cercana.
Cuando subió al coche le expresó sus dudas a su compañero, quien se limitó a hacer una mueca y a conducir hacia la dirección indicada. No tardaron en llegar; la gente comenzaba a arremolinarse por la zona y un par de patrullas habían acordonado la zona.
—¿Resuelve esto tus dudas?
—Supongo —respondió Alberto sacando una pequeña libreta.
Los cristales cubrían buena parte del lugar, las luces de neón chisporroteaban entre zumbidos, los agujeros de bala cubrían ambos lados de la calzada, muros y coches por igual presentaban un nutrido grupo de ellos. Tras uno de los vehículos un par de cuerpos cubiertos por sendas mantas.
—Los forenses están de camino —les informó una mujer de uniforme.
Entre todos los destrozos encontraron casquillos del .45ACP del lado sin cuerpos y 9x19 mm junto a los cuerpos y las respectivas armas.
—A juzgar por las agrupaciones y la cantidad de disparos efectuados han usado algún tipo de subfusil —comentó el cyborg.
—Hace tres años desapareció un cargamento de Super V en el puerto —Alberto se había puesto unos guantes y comprobaba las carteras de los muertos—. Parece que nuestros amigos eran de los Puristas.
—¿Ese grupo que neutraliza implantados por las calles? No esperes que me den mucha pena, son asesinos.
—Como quienes les han dado muerte.
—Claro, dos errores no hacen un acierto —el cyborg olfateó el aire—. Tengo un rastro, vamos.
Guiados por los sentidos aumentados del hombre máquina, apuraron el paso por un grupo de calles estrechas que bajaban hasta lo que fue el paseo marítimo; el deshielo lo había anegado, las calles estaban cubiertas por agua, barro y los escombros de una barriada casi abandonada.
Allí no les fue difícil encontrar unas huellas recientes, dos juegos de pisadas que los llevaron hasta un hotel abandonado. Los cristales que se conservaban estaban verdes y las diferentes mareas acumulaban en el recibidor toda índole de desperdicios; el olor a podrido se hizo insoportable.
Alberto se cubrió con un pañuelo y su compañero no pareció inmutarse; había desenfundado su arma y comenzaba a subir por las escaleras dispuesto a localizar a quien había cometido el doble asesinato. Hizo lo propio y fue tras él para cubrir sus espaldas.
Las pisadas subían dos pisos más, pero el barro terminaba antes del segundo piso, así que las huellas pasaron a ser pisadas que se difuminaban a cada escalón subido. La moqueta del lugar había dejado de ser roja para tener un tono indeterminado y mostraba abundantes desgarrones.
El cyborg levantó la mano dando el alto, se asomó para estudiar el piso y, por señas, indicó que se separasen para rodearlo. Alberto asintió, se aseguró de tener una bala en la recámara y tomó el lado izquierdo de la planta.
Caminó con pasos leves y cercano a la pared; apenas hacía ruido y así alcanzó una puerta entreabierta. Con cuidado se deslizó dentro. Una segunda puerta comunicaba con la habitación contigua y podía oír una respiración agitada al otro lado.
Salió al balcón; la mampara que separaba ambas habitaciones había sido arrancada por el viento y pudo pasar sin ser advertido. Dentro vio apostado a un cyborg completo de aspecto femenino.
—Supongo —respondió Alberto sacando una pequeña libreta.
Los cristales cubrían buena parte del lugar, las luces de neón chisporroteaban entre zumbidos, los agujeros de bala cubrían ambos lados de la calzada, muros y coches por igual presentaban un nutrido grupo de ellos. Tras uno de los vehículos un par de cuerpos cubiertos por sendas mantas.
—Los forenses están de camino —les informó una mujer de uniforme.
Entre todos los destrozos encontraron casquillos del .45ACP del lado sin cuerpos y 9x19 mm junto a los cuerpos y las respectivas armas.
—A juzgar por las agrupaciones y la cantidad de disparos efectuados han usado algún tipo de subfusil —comentó el cyborg.
—Hace tres años desapareció un cargamento de Super V en el puerto —Alberto se había puesto unos guantes y comprobaba las carteras de los muertos—. Parece que nuestros amigos eran de los Puristas.
—¿Ese grupo que neutraliza implantados por las calles? No esperes que me den mucha pena, son asesinos.
—Como quienes les han dado muerte.
—Claro, dos errores no hacen un acierto —el cyborg olfateó el aire—. Tengo un rastro, vamos.
Guiados por los sentidos aumentados del hombre máquina, apuraron el paso por un grupo de calles estrechas que bajaban hasta lo que fue el paseo marítimo; el deshielo lo había anegado, las calles estaban cubiertas por agua, barro y los escombros de una barriada casi abandonada.
Allí no les fue difícil encontrar unas huellas recientes, dos juegos de pisadas que los llevaron hasta un hotel abandonado. Los cristales que se conservaban estaban verdes y las diferentes mareas acumulaban en el recibidor toda índole de desperdicios; el olor a podrido se hizo insoportable.
Alberto se cubrió con un pañuelo y su compañero no pareció inmutarse; había desenfundado su arma y comenzaba a subir por las escaleras dispuesto a localizar a quien había cometido el doble asesinato. Hizo lo propio y fue tras él para cubrir sus espaldas.
Las pisadas subían dos pisos más, pero el barro terminaba antes del segundo piso, así que las huellas pasaron a ser pisadas que se difuminaban a cada escalón subido. La moqueta del lugar había dejado de ser roja para tener un tono indeterminado y mostraba abundantes desgarrones.
El cyborg levantó la mano dando el alto, se asomó para estudiar el piso y, por señas, indicó que se separasen para rodearlo. Alberto asintió, se aseguró de tener una bala en la recámara y tomó el lado izquierdo de la planta.
Caminó con pasos leves y cercano a la pared; apenas hacía ruido y así alcanzó una puerta entreabierta. Con cuidado se deslizó dentro. Una segunda puerta comunicaba con la habitación contigua y podía oír una respiración agitada al otro lado.
Salió al balcón; la mampara que separaba ambas habitaciones había sido arrancada por el viento y pudo pasar sin ser advertido. Dentro vio apostado a un cyborg completo de aspecto femenino.
Se los conocía como completos porque habían sustituido el 90% o más de su cuerpo por partes mecánicas; el aspecto femenino poco tenía que ver con el cuerpo natural del sujeto. Como había sospechado, empuñaba una de las Super V perdidas hacía unos años.
Aseguró su arma y apuntó:
—¡Alto, policía! ¡Baje el arma, ahora!
La cyborg lo miró con dos luces verdes por ojos y disparó contra Alberto con una velocidad y precisión propia de los modelos militares.
Dos minutos después su compañero entraba; no estaba herido de gravedad, pero la bala le atravesaba el hombro. El cyborg recogió el arma de Alberto y corrió tras la atacante, el olor a pólvora lo guió hasta el tejado. Allí arriba salió al exterior con precaución, el aroma marítimo, los graznidos de las gaviotas y una brisa salada lo recibieron. Vio un destello verde por el rabillo de su ojo y disparó; un compañero herido, el tiempo de dar el alto ya había pasado.
Corrió de cobertura en cobertura y, finalmente, acorraló a la cyborg completa, antes de poder disparar una segunda apareció a su izquierda.
Llovieron las balas en aquella tarde de verano.
Aseguró su arma y apuntó:
—¡Alto, policía! ¡Baje el arma, ahora!
La cyborg lo miró con dos luces verdes por ojos y disparó contra Alberto con una velocidad y precisión propia de los modelos militares.
Dos minutos después su compañero entraba; no estaba herido de gravedad, pero la bala le atravesaba el hombro. El cyborg recogió el arma de Alberto y corrió tras la atacante, el olor a pólvora lo guió hasta el tejado. Allí arriba salió al exterior con precaución, el aroma marítimo, los graznidos de las gaviotas y una brisa salada lo recibieron. Vio un destello verde por el rabillo de su ojo y disparó; un compañero herido, el tiempo de dar el alto ya había pasado.
Corrió de cobertura en cobertura y, finalmente, acorraló a la cyborg completa, antes de poder disparar una segunda apareció a su izquierda.
Llovieron las balas en aquella tarde de verano.
Me recuerda mucho a ciertos aspectos de mi mundo cyber, sobre todo en los aumentados.
ResponderEliminarMe pasaré a leer más, de momento me está gustando bastante ese toque noire un poco a lo Blade Runner.
Saludos.