Las luces del velocímetro se
iluminaban sucesivamente. La bestia V10 impulsaba el vehículo
salvajemente. El juego de pedales, bajar una marcha y tomar las
curvas mientras los neumáticos hacían saltar el agua acumulada en
el asfalto; eso era vida. Su corazón latía con las revoluciones del
motor mientras su melena ondeaba al viento.
Le gustaba la acción y no sería la
primera vez que su afición por las máquinas caras la llevaba a
trabajar como transportista. No disfrutaba especialmente con la
violencia, pero sabía disparar y apañárselas en una pelea; ser
discreta y nunca preguntar más de lo necesario la convirtieron en
una profesional.
Su contacto la había citado para un
nuevo encargo. Era puntual y un tanto estirado para su gusto, pero
desde luego ambos formaban un gran equipo. Disfrutando de un buen
café, hojeó un periódico desde sus gafas inteligentes. Cuando tuvo
la información y la mercancía, se puso en marcha. Conectó la
memoria a sus gafas y vio la dirección de entrega.
Asegurándose de que nadie miraba,
escondió el paquete en un doble fondo de su coche de trabajo y
comenzó la ruta. Atravesaría el país, así que cargó los datos en
el ordenador de abordo. El viaje era tranquilo, tras un par de
paradas para comer e hidratarse alcanzó un hostal donde hizo noche
antes de seguir.
El día siguiente se truncó; la
seguían. Trató de dejarlo atrás sin llamar la atención, mas todo
se abalanzó sobre ella con creciente velocidad. Las calles eran
estrechas y las maniobras se complicaron, hasta el punto que el otro
vehículo provocó un accidente. De él se apeó un hombre bien
pertrechado y, sin mediar más palabra, sustrajo la carga, ahora
expuesta, del vehículo.
—Gracias por el servicio —y le
arrojó un sobre con dinero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario