La llama del mechero rasgó la oscuridad oculta tras una
mano. Un par de caladas y el cigarrillo prendió. Ahora, el ascua flotaba como
un punto de luz en medio de la habitación.
—Enciende la luz y no fumes en la cama —se ordenó a sí
misma.
Con su pie descalzo reguló la luz para no deslumbrarse. Fue
hasta la ventana, pulsó un botón y el cristal se volvió transparente. Pulsó un
segundo botón y los titulares aparecieron en el cristal. Los fue pasando con
gestos de la mano mientras consumía su cigarrillo. Llegó a la sección de
sucesos locales y dejó salir un suspiro cargado de humo.
Apagó el servicio de noticias, se puso unos pantalones y
se calzó. Ya en la calle tiró la colilla en un sumidero y puso en marcha su
coche. Las luces nocturnas se iban reflejando sobre el parabrisas del vehículo
y su luna se extendía hasta el techo, confiriéndole una gran visibilidad.
Cuando llegó a su destino se acercó caminando hasta el
“Dark Caiman”, un restaurante con pista de baile que conoció mejores tiempos.
El cartel de neones zumbaba con cada parpadeo en una calle cubierta de charcos
y carente de personas. Por dentro
padecía esa vejez que hace parecer a las cosas sucias. Buscó una mesa donde sentarse
y pidió sin consultar la carta.
Antes de terminar la cena le entregaron un sobre con una
foto dentro. Según iba sacando la imagen, en tres dimensiones, cogió volumen. A
la foto le acompañaba una tarjeta desechable con sus honorarios y una
dirección.
Terminó la cena y regresó a su coche; desde allí fue a la
dirección indicada y recogió el paquete. Rodando a gran velocidad sobre el asfalto
vio por el retrovisor cómo se acercaba a su zaga otro coche con las ventanillas
oscurecidas en su cara exterior.
—Hora de ganarse el sueldo —aceleró el vehículo.
El motor gruñó mientras ganaba velocidad, pero no era
suficiente; el otro coche era igual de
potente. Buscó despistar a su perseguidor con un volantazo, así que hizo un
giro inesperado a la izquierda. Los neumáticos rechinaron sobre el pavimento y
las hojas de un seto cercano se mecieron con el paso del segundo vehículo, que
logró el giro a duras penas.
Corrían por una calle estrecha; aquello fue la
oportunidad para recupera la velocidad perdida. Se lanzó a ciegas por un cruce
transitado, pero esto no logró intimidar a su perseguidor.
Realizó un nuevo giro para cambiar de dirección, marcando
el asfalto con los trazos paralelos de la goma; otro acelerón en la recta y
enfiló un cambio de rasante mientras las luces nocturnas se volvían un borrón
de colores y su vista solo veía un túnel frente a ella.
El instante en que el coche voló sobre el cambio de
rasante fue eterno. Se cortó por un brusco aterrizaje. Oculta por ese desnivel
tomó un último giro y se deshizo de quien la siguió durante unos intensos minutos. Luego entregó su
carga.