lunes, 8 de junio de 2015

Zagon: Acordes, Astucia y Azufre


Nacer con azufre en las venas, astucia en la testa y acordes en los dedos, no es lo más común. Mucho menos en un lugar tan poco acogedor como la Marovia de hace dos décadas. Marovia es una ciudad muy interesada en la gastronomía de tiefling, hay más de treinta recetas conocidas para curar muchos males, especialmente para la mente estulta y como elixir de juventud y belleza. Sé que no hace falta que lo aclare, puesto que mi audiencia es docta, pero todo esto es ilegal, ya que allí no se practica ningún tipo de santería o brujería, lo cual redunda en la gran felicidad de la gran nación del Imperio Escarlata —o así era cuando tenía emperador—. Ni el canibalismo, claro.



Naciendo en un lugar así mi madre, bendecida por Fharlanhg con dos piernas rápidas, siempre tuvo la suerte de encontrar un camino por el que correr alegremente frente a un grupo de simpáticos paisanos que la motivaban a continuar con sus antorchas y sus horcas. Mi madre, que siempre fue muy astuta, dio con sus esbeltas piernas y bien formadas posaderas —como ya he dicho, era toda una atleta— con un adinerado bohemio que vivía en Antei.

De este modo fue como mi madre dejo el maratón por las sentadillas sobre cama fija y a mí me enseñaron a tocar el violín. Un niño prodigio, al cual puedes vender como “el violinista del diablo”, suena a una gran oportunidad financiera. Y de esta guisa crecí hasta los dulces diez años, rodeado de los placeres de ser golpeado hasta sangrar por el menor error e interminables horas con el violín al cuello.

Así que me vendieron por una buena suma de dinero, lo cual está bien ya que me había librado de convertirme en comida de perro. Conocí a un muy cariñoso nuevo amo, era tan cariñoso que se preocupaba de vestirme bien y de que no pasase frío por las noches. Momento en que, sintiendo la llamada más oscura de Kord en mis carnes, decidí salir a hacer un recado de esos de los que no vuelves.

Mis apasionantes diez años coincidieron con la guerra que asoló Enor, lo cual me obligó a hacer del camino mi hogar. Hasta que encontré uno con techo, mucho más acogedor que el manto de estrellas. Ese lugar fue Colina Verde en las Highlands. Allí cursé mis estudios pasando desapercibido entre otros estudiantes, bueno, al principio solo me colaba allí para no pasar frío en invierno, luego, cuando ya tenía una edad similar a los otros estudiantes, pude asistir desde los pupitres.

Como no podía pagar con oro, lo hice con engaños ¡que buenos años aquellos! Allí conocí a muchas personas y con el paso del tiempo acabé de perder mi alma frente a los ojos de mi dulce Ariadna. Su madre es una mujer honesta, de buen corazón, pero no me quiere ver cerca pues sabe que soy como el viento. Pero sé que su parecer puede cambiarse con el éxito y el oro.


Hace dos años de esto, es por esto que busqué trabajo. Resultó ser que la violencia es generosa a la hora de pagar, y de pegar todo sea dicho. En esos años tomé la espada como forma de vida, una vida perdida por la aventura y la moneda.