Nacer
con azufre en las venas, astucia en la testa y acordes en los dedos,
no es lo más común. Mucho menos en un lugar tan poco acogedor como
la Marovia
de hace dos décadas. Marovia
es una ciudad muy interesada en la gastronomía de tiefling,
hay más de treinta recetas conocidas para curar muchos males,
especialmente para la mente estulta y como elixir de juventud y
belleza. Sé que no hace falta que lo aclare, puesto que mi audiencia
es docta, pero todo esto es ilegal, ya que allí no se practica
ningún tipo de santería o brujería, lo cual redunda en la gran
felicidad de la gran nación del Imperio
Escarlata
—o así era cuando tenía emperador—. Ni el canibalismo, claro.
Naciendo
en un lugar así mi madre, bendecida por Fharlanhg
con dos piernas rápidas, siempre tuvo la suerte de encontrar un
camino por el que correr alegremente frente a un grupo de simpáticos
paisanos que la motivaban a continuar con sus antorchas y sus horcas.
Mi madre, que siempre fue muy astuta, dio con sus esbeltas piernas y
bien formadas posaderas —como ya he dicho, era toda una atleta—
con un adinerado bohemio que vivía en Antei.
De
este modo fue como mi madre dejo el maratón por las sentadillas
sobre cama fija y a mí me enseñaron a tocar el violín. Un niño
prodigio, al cual puedes vender como “el
violinista del diablo”,
suena a una gran oportunidad financiera. Y de esta guisa crecí hasta
los dulces diez años, rodeado de los placeres de ser golpeado hasta
sangrar por el menor error e interminables horas con el violín al
cuello.
Así
que me vendieron por una buena suma de dinero, lo cual está bien ya
que me había librado de convertirme en comida de perro. Conocí a un
muy cariñoso nuevo amo, era tan cariñoso que se preocupaba de
vestirme bien y de que no pasase frío por las noches. Momento en
que, sintiendo la llamada más oscura de Kord
en mis carnes, decidí salir a hacer un recado de esos de los que no
vuelves.
Mis
apasionantes diez años coincidieron con la guerra que asoló Enor,
lo cual me obligó a hacer del camino mi hogar. Hasta que encontré
uno con techo, mucho más acogedor que el manto de estrellas. Ese
lugar fue Colina
Verde
en las Highlands.
Allí cursé mis estudios pasando desapercibido entre otros
estudiantes, bueno, al principio solo me colaba allí para no pasar
frío en invierno, luego, cuando ya tenía una edad similar a los
otros estudiantes, pude asistir desde los pupitres.
Como
no podía pagar con oro, lo hice con engaños ¡que buenos años
aquellos! Allí conocí a muchas personas y con el paso del tiempo
acabé de perder mi alma frente a los ojos de mi dulce Ariadna. Su
madre es una mujer honesta, de buen corazón, pero no me quiere ver
cerca pues sabe que soy como el viento. Pero sé que su parecer puede
cambiarse con el éxito y el oro.
Hace
dos años de esto, es por esto que busqué trabajo. Resultó ser que
la violencia es generosa a la hora de pagar, y de pegar todo sea
dicho. En esos años tomé la espada como forma de vida, una vida
perdida por la aventura y la moneda.