jueves, 15 de abril de 2010

Tierra Muerta.

            —¡Brutal!
            Nítido, alto y con esa voz aguda que le caracterizaba. Gabriel giró la cabeza para mirar sobre su hombro al muchacho, apenas superaba la quincena y aparentaba menos. Medía menos del metro setenta, flaco como un saco de huesos, con un brillo de inocencia en sus ojos y la envidiable habilidad de sorprenderse por todo.
            Por su parte Gabriel era un hombre fornido, no aparentaba gozar de una buena forma física pero sí tenia un buen fondo. Hundió sus gruesos dedos en su pelo graso y negro, bajo su sombrero. Se giró y recorrió la distancia que los separaba con unos pasos. Como todo en él, sus piernas eras grandes y gruesas.
            Desde su imponente altura y con los brazos en jarras se encaró al muchacho y sonrió de lado mientras mordía una regaliz. Desde que había dejado de fumar siempre iba con una entre los dientes.

            —¿No te dije que no te bajases del coche?            —Técnicamente no lo he hecho —había salido por la ventanilla y ahora se sentaba sobre el capó del coche desvencijado.
            El hombretón se giró de nuevo dando un manotazo al aire, volvió hasta el borde del paso y apoyando una pierna sobre una barra de la barandilla se recostó con los codos en ella.
            La vista era magnifica, desde ese punto se veía el valle entero, un río lo cruzaba con un hermoso verde en sus lindes. Quedaban pocos lugares así en el mundo.
            Suspiró con fuerza cerrando los ojos para grabar en su memoria el lugar, le entristecía no poder conocer aquel mundo verde y azul del que sus abuelos le hablaban. Volvió al coche, aún tenía mucho que recorrer y todavía no habían parado para comer.