jueves, 1 de marzo de 2012

Tamiel el incansable, Espada de oro. 369

Su piel broncínea y tersa era le perfecta cobertura para su perfecta musculatura, sus rasgos severos y su melena de tirabuzones de oro le daban aspecto de la mejor de las esculturas. El azul de sus ojos era el reflejo del océano.

Cuando alcanzo, lo que en términos mortales se llama, la edad adulta su padre le concedió una coraza dorada esculpida a imagen de su pecho desnudo y una espada dorada que le permitía canalizar su furia justiciera en formas de letales llamas.

Esto lo lleno de un orgullo tal que entreno noche y día para dominar el arte de la esgrima. Así, sin descanso, luchaba incansable por todas las causas justas. Castigaba a todo los traidores y sembraba el bien a su paso.

Pese a lo impasible que se mostraba siempre, sentía un gran amor por su hermano menor, Asimilard. El cual encogía su ardiente corazón con su presencia sombría. Pero Tamiel no daba ninguna causa por perdida, así que siempre velaba por Asimilard llevándolo por el camino correcto.

Cuando a este le entregaron su armadura, esta era de un acero oscuro, de lineas rectas y aguzados picos donde estas confluían. Su espada era argéntea pero a su vez idéntica a la del buen Tamiel.

Como un buen hermano le enseño todo lo que había aprendido sobre el uso de la espada, así como de su recta moral.

Pero Asimilard era siempre dudaba de todo, ponía en entre dicho cual quier tema y en la batalla era difícil verlo vistiendo su armadura. No gustaba como Tamiel de enfrentarse cara a cara al peligro, si no que urdía complicados planes para que el mal se devorase así mismo quedando débil y desprevenido frente a un rápido y contundente ataque por sorpresa.

Pasaron los siglos y ambos hermanos formaron una fuerza arrasadora para la causa de su padre. Pero ni las criaturas eternas pueden eludir una destrucción real. Un vil demonio que había jurado acabar con el tras milenios de paciente planificación dio el golpe fatal al hasta entonces parangón de la unión. Los hermanos llevaron una justa cólera al campo de batalla donde ejércitos de ángeles y demonios regaron los campos del reino con sangre.

Tamiel luchaba en primera fila, bajo su filo los eternos perdieron la cuenta de cuantas vidas de demonio sesgo, mientras el astuto Asimilard velaba por que se alcanzase una victoria a un nivel estratégico.

Las huestes del abismo se replegaron huyendo en desbandada temerosas de los filos angelicales. Pero eso no era suficiente para los hermanos, nunca lo seria hasta tener la cabeza del que los convirtió en huérfanos en una pica. Y tras muchos años los hermanos discutieron realmente y acaloradamente. Tamiel quería llevar la guerra al mismísimo abismo, pese a que eran poco los ángeles que estaban en disposición de tan campaña, así que como levas llevaría al pueblo, los sin alas, seras con rasgos de eterno pero sin el poder de un ángel.

Este pueblo había sido el protegido de su padre, no eran iguales para un demonio pero eran muy numerosos y sus dotes para la herrería fueron de gran valor para todas las guerras libradas por los hermanos.

Asimilard, veía un peligro mucho mayor en aquella acción. Sabia que no podría ganar una campaña con esas fuerzas. Ese pueblo, no estaba formado por guerreros sagrados. Las bajas se contarían por millares y acabarían por quebrar la moral de las huestes.

Tamiel reclamo el trono para si, ya que era el mayor y ordeno a su hermano marchar a la guerra.

Y así se hablaron:

-Tamiel, eres incansable, esta guerra nos destruirá.
-Asimilard, eres un bastardo, no librar esta guerra nos destruirá.

Desde ese encuentro no volvieron a hablarse del mismo modo, Tamiel continuo con sus firmes creencias mientras que Asimilard las desecho en aras de una victoria que parecía imposible. Tras la larga campaña y cuando Asimilard llevó la cabeza degollada del príncipe demoníaco frente a su hermano volvieron a hablar.

-¡Aquí esta!¡Muerto, hermano!¡Muerto, como nuestro pueblo!¡Muerto como nuestro padre!¡Muerto como nuestra causa!
-¿Acaso no te prohibí que le dieras muerte con tus sucias artes?
-Sin el sus tropas serán pasto de nuestro acero. ¡No lideramos un ejercito de ángeles!
-Sin el honor de una victoria honorable, todas las muertes de la campaña habrán sido en vano.
Asmilard no pudo contener más su frustración. -Todas estas muertes son en vano hermano, morir por un muerto carece de sentido. Sabes que yo siempre luche para que la vida fuese mejor.
-Sin honor, sin castigar al culpable. La vida nunca sera mejor.

Tras esto, Tamiel continuó la campaña hasta exterminar al ultimo demonio de la capa 369 del abismo, pero para cuando quiso volver a casa su hogar había sido fundido con aquel lugar. Y una nueva fuerza de arcángeles juro lealtad a Tamiel. Su objetivo seguir luchando hasta su destrucción contra los demonios, puede que fuesen infinitos pero eso solo era un motivo más para continuar exterminandolos.

En esta ocasión Asimilard se negó en rotundo a seguir a su hermano, y con el su pueblo que le era fiel hasta el extremo.

Tamiel vio traición en sus actos, así que lo reto a muerte en lo alto del monte donde de jóvenes habían aprendido a luchar por la justicia. Y allí Asimilard le dio muerte atravesándolo por la espalda con su acero. Desde ese día el Bastardo no volvió a vestir su armadura, y tiño de negro toda su ropa para rendir un perpetuo luto por su crimen. Curiosamente, a la batalla se presento ya vestido de tal forma, con la esperanza de que Tamiel lo derrotase en su propia trampa.

martes, 24 de enero de 2012

Asimilard el bastardo, Señor de la capa 369.

Con la calma del que es inmortal el bastardo afianzó sus brazales, eran de un cuero negro inmaculado, solo algunas muescas los perturbaban. En su cara exterior unas densas hileras de afiladas agujas de acero formaban unos alargados rombos que acababan en una tira de tela que cruzaba rodeando su dedo medio, tras esto deslizo en sus diez dedos sendos anillos de plata.

Afianzó sus pantalones con un grueso cinturón y se calzó unas gruesas botas decoradas con cadenas y una fila de pintos vertical. Fue frente a un enorme espejo de cuerpo entero donde se cepillo su larga melena pausadamente.

Por el espejo pudo ver como una de las hermosas mujeres con las que había yacido en la noche anterior despertaba de un sueño innecesario. Esta le dedico una sonrisa lasciva, estiró sus brazos y alas antes de gatear fuera de la enorme cama, una vez fuera camino despacio, descalza hasta su señor. Lo abrazó apoyando su rostro contra su espalda. Sin poder evitarlo su larga y delicada cola envolvió una de las piernas del hombre.

-¿Os e complacido, mi señor? -Pregunto acariciando el pecho del bastardo con una mano perfecta.
-Termina tu. -Sentenció dando el ornamentado cepillo a su concubina.
-Si, mi señor. -Respondió obedeciendo sin rechistar.
-Sois como gatos, no podéis controlar vuestras colas, con una sola mirada hacéis dudar al corazón más mezquino y tras esa hermosa fachada un depredador perfecto espera a que su presa caiga en la trampa. -La voz del bastardo no mostraba tipo alguno de apreció.
-¿Eso os complace? -Preguntó temerosa la sucubo.
-Me gustan los gatos, me gustan las mujeres. -Afiló la mirada dirigiéndola al reflejo de su sierva. -Pero no me follo gatos, aun que me gusta acariciar mujeres. -Sus labios formaron una sonrisa afilada antes de girarse. -Y ademas sabéis como el mejor de los venenos. -Afirmó y la beso con fuerza clavando sus uñas en las nalgas de la mujer.

Sin mediar más palabra tomo su espada y salió mientras se la ajustaba a la cintura. Un gato de pelo corto, de lomo negro y vientre blanco saltó de su cesta para seguirlo fielmente. Cruzó un pasillo escasamente decorado hasta alcanzar unas escaleras por las que subió hasta lo más alto de su fortaleza, allí en la almenara podía ver sus extensos dominios. El gato de un par de gráciles saltos subió a la almena en la que Asimilard se apoyaba.

La vista era magnifica, a sus pies se alzaba imponente la torre del homenaje, cuadrada y austera pero alta y hercúlea. Los muros de su castillo no eran menos, comenzando al borde de un largo abismo que se perdía en las brumas del hielo. Un único puente unía su reino con su hogar, este daba a un largo y escapado camino. Tal era la altura que la sempiterna niebla que cubría todas las llanuras parecía un suave y acolchado manto del que trataban de escapar las copas de afiladas coníferas antes de dar paso a enormes dientes de piedra.

-¿Y por esto mataste a tu hermano? -Pregunto una voz grabe y desagradable.
-No, lo mate porque solo uno podría sobrevivir en sus planes. Y no era yo. Por eso y porque es mejore reinar en el infierno que servir en el cielo. -Respondió sin volverse mientras sus dedos acariciaban al felino.
-¿Sabes que no sera el final? ¿Que tienes enemigos en ambos bandos?
-Se muchas cosas, pero me gusta callar y parecer tonto. Eso y bailar. -Dijo dedicando una mirada que rozaba la ternura al gato, que se frotaba contra sus manos.
-Puede que tu estirpe lo siga, pero hay muchas más, algunas realmente poderosas.
-Demonios, dejalos obrar, ya se extinguirán.
-¿Piensas matarlos a todos? -Inquirió su interlocutor.
-¡No! ¡Son infinitos!
-Eso carece de sentido.
-Como el hablar con el fantasma de un hermano muerto, Tamiel.