lunes, 22 de diciembre de 2008

1000

Bien, hoy cumplo 1000, desde que puse el contador. (hace 2 meses)

E inmortalice el momento.

lunes, 24 de noviembre de 2008

La herencia perdida IV

Bueno, continuo con algo mas de la vida de Grimor. Por otra parte, voy a comenzar a ir incluyendo imágenes según lo crea apropiado, me parece que le dará mas vida al blog, evidentemente se admiten colaboraciones en el tema. Recordad que podéis votar y comentar libremente, las criticas constructivas son siempre bienvenidas.

Día 3

Tras desperezarse y encontrarse plenamente descansado, salió al pasillo del piso de arriba en búsqueda de su anfitrión, éste había salido a solventar unos asuntos, dijo su mayordomo, pero que podía hacer uso de la casa con libertad mientras no hurgase en sus artificios mágicos. Aun así prefirió salir a recorrer la ciudad a ver lo que acontecía, si un golpe de fortuna lo conducía a encontrar a alguien útil en su cruzada, no sería entre esas cuatro paredes. Llevando únicamente su vieja daga salió a conocer lo que Neitbodk tenía que ofrecerle… aunque fuese un agradable paseo bajo un día tan soleado. Dejó a sus pies guiar su camino hasta las barriadas que no conocía, donde como mínimo esperaba encontrar a otras clases sociales. Respecto a los asaltantes o maleantes, siempre había tenido unos grandes dotes sociales para esas situaciones, al menos sabía como hacerse respetar, aunque la idea de ir provocando resultaba tentadora, no era el momento de meterse en líos.

Según se iba acercando a las barriadas exteriores, el brillante esplendor de la fortaleza se veía ensombrecida por calles mal pavimentadas y casas de dudosa calidad. Aun así, la cosa no era lo suficientemente deprimente como para que Grimor diese la vuelta, haría falta algo más que eso para amedrentarlo, y éste no era el lugar donde podría esconderse un dragón rojo… no al menos uno que se precie así mismo. Llevaban un buen rato siguiéndolo de una manera bastante torpe, así que ése no era el tipo de persona que necesitaría para que explorase el terreno, pero alguien que supiera poner trampas sí sería útil… aunque se olía que el que lo seguía no era su hombre, se giró para encararse con el individuo.
-He vizto a rinocerontez en una cristalería máz zilenciozoz. De hecho, yo zé zer máz zilenciozo.
El hombre, con cara de no estar tomándoselo bien, se acercó.
-Y yo a semiorcos con más futuro.
-¿Tú y cuántoz máz?
-Los otros seis que no has visto, en realidad es una encerrona…
Antes de que pudiera terminar la frase, la enorme mano de Grimor lo alzaba por las solapas.
-Mira, robar eztá mal y no me guzta verlo, pero menoz me guzta que me intenten robar. Azí que cierra eza bocaza, o tendraz que recoger tuz dientez por toda la ciudad.
Tras esto lo soltó mientras lo dejaba blasfemando sobre terribles venganzas, lo cierto es que sus seis amigos, no intervinieron… de hecho no existieron.
Finalmente entró en una de las tabernas. Allí se encontraba la semielfa de la noche anterior soportando a un par de borrachos con estoicismo, mientras intentaba sacar algo de dinero. Grimor caminó hasta la mesa de los hombre y puso sus manos sobre los hombros de ellos e inclinó la cabeza hasta estar a la altura de sus oídos.
-Zi oz callaíz, dizfrutaréiz de la múzika, zi no, de la percusión. Dejó caer con toda la sutilidad de un orco. Uno de ellos se levantó para enfrentarse a él, pero cuando se encontró frente al pecho de Grimor y miró hacia arriba para ver su cara, sólo pudo añadir:
- ¡Qué sabias palabras!
Tras lo cual guardó un respetuoso silencio.

Cuando la artista hubo terminado, se acercó a Grimor, con cara sonriente como si lo hubiera reconocido.
-Gracias por generarme fans “tan” respetuosos, juraría que te he visto la noche anterior.
Grimor puso cara de resignación mientras asentía y trazaba un arco con las manos.
-Zi no ez moleztia, no me dejaban ezcuchar, lo haría por cualkiera. Aunque zupongo que tú eztaráz habituada a que ezto zea por agradarte.
Ella sonrió cándidamente.
-Eso no me responde a mi pregunta, de hecho suena a excusa para que no pregunte por qué lo hiciste. -para mirarlo de manera picarona finalmente.
-Zí, ayer te vi actuar. No era para exkuzarme, zólo que te malinterpreté…
-La verdad esperaba que te sonrojaras o algo así… un ligero titubeo o algo, sino ¿qué haces aquí?
-Mera coincidencia.
-Te sonará arrogante, pero me parece que no.
-Buzkaba a alguien que me ayudaze en una cruzada perzonal, claro ez que, no era a ti exactamente a quien buzcaba, zólo fue coincidencia… aun azí ¿zabez por qué mi amigo zalió corriendo ayer de la taberna donde te vimoz actuar?
-Comprendo, no sé por qué se fue. Es atractivo, aunque claro, no tiene tu virilidad animal.- dejando salir un ronroneo al final.
-Uzzzz te diré, zi lo que pretendez ez zeducirme para zacarme dinero, que vaz mal encaminada, zoy máz pobre que tú.
La mujer frunció el ceño.
-No soy una fulana y, bueno, si piensas eso de toda mujer que tenga un detalle contigo debes de tener una vida muy aburrida.
Grimor se acercó a la semielfa.
-Para no serlo debes de tener más relaciones que una coneja en celo… aun azí, zeguro que me puedez ayudar a encontrar lo que buzco.
-Piérdete, no pienso ayudar a semejante tarugo.- espetó mientras se giró para darle la espalda e irse. La enorme mano de Grimor se poso en su hombro.
-Zé que la verdad duele, pero aun azí necezitaré alguien con tuz… contactoz.
-Suéltame, sólo quise agradarte, no soy una mala puta, ni una zorra.
-Ziento que te molezte, pero zigo necezitando alguien que tenga contactoz.
-Discúlpate, consigue cincuenta piezas de oro y la manera de que no tenga que ir de taberna en taberna cantando siempre las mismas canciones.
-Zuena, máz caro de lo que penzaba, pero bueno, necezitaré alguien que conozca magia curativa, como un clérigo. Zerá una aventura dura y zin magia divina que noz apoye, la coza zerá máz complicada. ¿Puedez?
-Sí. Pero no lo haré a menos que te disculpes.- dijo dándose la vuelta.
Grimor suspiró, la miró a los ojos y cruzando los dedos dijo:
-Ziento que te ofendieran mis palabras.
-OK, me sirve. Dame unas horas y tendré el clérigo que me pides.
Tras esto, fijaron un punto de encuentro y se separaron. Grimor decidió que ya había visto bastante de lo depresivo de los barrios bajos y caminó hasta una de las plazas de la ciudad en la que se alzaba una majestuosa estatua de un héroe local y en la escalinata de su base se sentó a observar a las gentes de la ciudad mientras el calorcito del sol lo amodorraba allí un rato.

Cuando dio la hora acordada se encaminó al punto de encuentro, allí lo esperaban la semielfa y un hombre vestido con ropas de un clérigo de la diosa de la fortuna. Los saludó con brusquedad dejando ver claramente su descontento por el culto al que pertenecía su nuevo compañero.
-Bien, ezte ez el clérigo que me prometiste… ¿cómo de experimentado ez?
-Probablemente más que tú. ¿Mi dinero?
-Pzzzz, ezpera ¿Cómo de libre estás para las aventuras? ¿Cuán eres de experimentado?
-Tengo una total libertad para ellas, pues a mi diosa le encantan ese tipo de gestas. Y he sobrevivido a un buen número de batallas.
-OK, puez loz doz vendréis conmigo a recuperar el eztandarte de mi clan. El Bloodfits.
-Sí, sí. Pero el dinero…- dijo la semielfa hasta que percibió el cambio en el semblante del clérigo.
-Eso que decís, es como reanimar un viejo dragón, su antiguo líder murió. Y sin descendencia.
-Uno de zuz hermanoz era mi antepazado.
-Aun así, se dividió en varias tribus.
-Puez, las juntaré todaz… mira tú qué problema. Zoy Grimor Bloodfits, el único heredero digno.
-Sebastián Pradel, y mi compañera es Eleina de los reinos del saber.

El clérigo escuchó toda la historia del nuevo líder de grupo y aceptó diciendo: “La suerte sonríe a los osados, y si a mi señora le gustan osados, yo seré el que más”. Tras esto y una larga sobremesa al juntarse los cuatro aventureros emplearon la noche para hacer inventario de lo que necesitarían, qué rutas tomarían y otro puñado más de cosas que debían preparar. Al´elthanor Berind´duem Ortheim esperó a que los otros dos se retirasen a descansar para comunicar su desacuerdo con el ingreso en el grupo Eleina, aunque se negó a explicar el porqué.



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miércoles, 19 de noviembre de 2008

La luna y la daga. II

Bien, aquí la continuación de las andanzas de Altheniar, cuando lo aya pintado pondré alguna foto. No os olvidéis de votar al personaje favorito y de comentar.

La caza (I)

Biel-Altheniar Fuinar caminó durante varios días, sobreviviendo con las técnicas aprendidas en el templo del Escorpión, cazó, acechó y fue una sombra. A las pocas semanas ya había explorado una gran extensión de terreno. Se trataba de un bosque denso, de coníferas en pleno invierno; la nieve había comenzado a caer, tiñendo todo de un tono blanco y puro. En los largos períodos de inactividad, había eliminado hasta el último rastro de las insignias que lo ligaban a Biel-Tan, sería el vagabundo Altheniar hijo de la Luna y la Daga, ya no un Biel- Fuinar.

Según pasaban los meses, el invierno se recrudecía y el frío calaba hasta sus huesos, la soledad azotaba su mente, la melancolía lo sumía en una profunda depresión que apenas podía contrarrestar con los instintos de supervivencia. Las horas silenciosas sólo se veían interrumpidas por el gorgoteo de su estomago vacío y el lánguido lamento. Dejándose consumir por la pena olvidaba el fiero guerrero en que se había convertido, cuando lo recordaba, no tenía con quien combatir. Solo e inútil. Triste y hambriento. Autocomplaciente y decadente. No encontraba nada a lo que aferrarse para levantarse y luchar. Envuelto en esa espiral de autodestrucción dejó que pasaran las semanas, hasta que el invierno llegó a su punto más crudo.

Altheniar yacía en un camastro improvisado, dejándose consumir, cuando el sonido de una refriega lejana perturbó el silencio del bosque. Su instinto depredador saltó fuera de su letargo, como si de un resorte se tratase, Altheniar recogió sus armas, se enfundó en su armadura y se cubrió con la capa de camaleonina, que se tiñó al instante con los tonos grises de la cueva, sus pies corrieron por la nieve sin dejar rastro, su capa tornó a un blanco puro mientras ondeaba tras el guerrero. El hambre, la nostalgia, la depresión... Desaparecieron de su mente, el guerrero de Kahine de su interior tomó el control, en unos pocos minutos cubrió la distancia que lo separaba de el sonido del combate, sus ojos contemplaron la batalla, desde donde se ocultó. Un grupo de iniciadas en los espectros aullantes se enfrentaban a un numeroso contingente de guardias imperiales, ejecutaban con maestría la danza de la muerte, con cada movimiento de sus armas un mon-keigh exhalaba su último aliento, pero las superaban en número, pese a sus acrobáticos movimientos las rodeaban. Su exarca, empuñando unas espadas gemelas, segaba las vidas de quien osaba acercarse, abriéndose paso hacia el comisario que gritaba órdenes a sus hombres, mientras solicitaba refuerzos.
La Banshee gritó durante su carga, y los tímpanos del hombre sangraron, pero se sobrepuso y desenfundó presto su arma. Con unos bien medidos pasos controló la distancia y mantudo a raya a la furiosa exarca, con una encomiable destreza repelió los velocísimos ataques de la mujer, tomando lentamente el contraataque. La mujer lanzó una pareja de tajos con sus espadas que pasaron a escasos centímetros del cuello del oficial, pero el movimiento la había dejado expuesta. El hombre atrapó con su brazo libre uno de la exarca, lo retorció obligándola a hincar la rodilla en el suelo. De una patada la tuvo boca a bajo, valiéndose de su propio peso unido la cara cubierta por la máscara espectro en la nieve. Por otro lado los mon-keigh habían conseguido reducir a las iniciadas y ahora las tomaban como prisioneras. Por su parte el comisario maniató a la exarca y la obligó a mostrar el rostro.

En los ojos de la mujer ardía la ira. Eran de un precioso azul, las facciones perfectamente esculpidas de la mujer denotaban una gran fuerza, cerró por un momento los ojos para contener su furia y escupió con asco al suelo. Altheniar no había visto tal belleza en muchos meses. El hombre se agachó y susurró algo a sus delicados oídos, sus orejas acabadas en punta eran también perfectas, y una hermosísima cabellera rizada del color del cobre caía ahora sobre sus hombros. La pusieron de pie y encadenaron a las demás. Mientras, los otros soldados descubrieron los rostros de las otras mujeres, una de ellas lo debió de ver. Con un leve gesto de los ojos señaló a su arma mientras la hundía en la nieve con un movimiento de los pies, mientras sus captores recogían las armas y los cuerpos de los caídos. Al poco llegó un vehículo donde se llevaron a las prisioneras, los cuerpos de los caídos y las armas.
Cuando se hubieron ido, Altheniar caminó sobre el campo de la refriega. Arcos dibujados con sangre teñían de escarlata la blanca nieve, cientos de pasos embarraban el lugar, más charcos escarlata estaban allí donde alguien había caído; como en un macabro dibujo, estiradas agujas de sangre marcaban por donde se habían arrastrado los cuerpos de los caídos. Caminó hasta donde la orgullosa mujer había enterrado el arma, la desenterró, con un cuidadoso ritual desactivó la protección que haría detonar la empuñadura, dejó que registrase su sangre como nuevo patrón y la colgó de su cinto. Seguir el rastro no sería difícil. No le preocupaba estar solo, al menos si moría, lo haría por la espada, no por la depresión.

A las pocas horas de viaje alcanzó la base de las mon-keigh, no era muy grande pero debía de albergar al menos a treinta hombres, una valla culminada con alambre de espino marcaba el perímetro y cuatro torres con focos reforzaban la defensa. Tres grandes barracones con sendas letrinas ocupaban el este de la base, una modesta oficina ocupaba el centro, un par de cobertizos protegían los vehículos en el oeste, en el norte un pequeño barracón parecía contener a varios prisioneros, frente a la entrada en el sur una bandera ondeaba y marcaba una especie de plaza, cerca de la entrada unas casuchas parecían dar cobijo a unos perros. No sería fácil entrar sin llamar la atención. Dedicó unos minutos a estudiar el terreno, calculó el tiempo que dejaban una patrulla de la otra en los puntos ciegos y cuando hubo ideado un plan se deslizó inapercivido hasta los canales de desagüe. Podría escurrirse bajo ellos hasta los barracones y bajo éstos esperar a la noche para librar a sus hermanas.


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lunes, 10 de noviembre de 2008

La herencia perdida III

Hola queridos lectores, aquí la tercera parte de las aventuras de Grimor, no os olvidéis de comentar si queréis. Un saludo.

Día 2

Cuando las neblinas del sueño se hicieron a un lado, Grimor se despertó en uno de los sillones de una sala muy bien tapizada, el sillón era sumamente cómodo y podría seguir durmiendo de no ser porque la chimenea que debió apagarse a lo largo de la noche y ahora la estancia se encontraba tremendamente fría. Recordaba vagamente haber bebido de más la noche anterior, sobre todo cuando un joven humano se le unió, y cuando el anfitrión se dio cuenta de que habían bebido de más, él no era menos, pese a lo modesto que era bebiendo. Luego caminaron tambaleantes hasta la casa del elfo… y bueno, el otro motivo para no poder dormirse eran los ronquidos que emitía el jovenzuelo. Supuestamente era uno de los alumnos de Al´elthanor, aunque no tenía el tipo de un mago, era alto y atlético. Y por cómo bebía, de poco control, además de un fiestero… lo cual no era malo si tu mente no almacenaba conjuros capaces de limpiar una plaza atestada de gente en segundos, pese a eso no se privó de beber una buena cantidad de cerveza y fanfarronear sobre su increíble futuro como mágico de no-sé-qué. Ahora dormía como un borracho cualquiera. Grimor, al erguirse, se esperó unas terribles náuseas, pero gracias al oro del elfo la bebida era de excelente y apenas sintió el estomago revuelto; se desperezó, recogió su capa de pieles y se cubrió con ella para entrar en calor. Finalmente tapó al muchacho para que no enfermara por el frío, tras esto salió por la puerta cerrándola tras él.

Los pasillos de la casa también estaban suntuosamente decorados y muy bien iluminados, cosa que apenas molestó al semiorco pese a la resaca; caminó por ellos, las alfombras eran suaves al tacto y daba realmente gusto caminar descalzo. Subió por unas escaleras de madera noble hasta lo que recordaba como la habitación donde dejaron a su anfitrión descansar la borrachera. Cuando abrió la puerta se encontró la sala vacía y ventilando. Al fondo del pasillo, oyó un alegre canturreo. Siguiendo este rastro entró en un despacho con un enorme ventanal, el sol lucía ya en lo alto dando a entender que el mediodía había pasado; el ventanal recorría la habitación de manera que la luz del sol siempre tenía una entrada directa. Grimor entrecerró los ojos molesto por la repentina claridad. Allí sentado en un sillón de orejas y envuelto en un delicado batín de seda roja se encontraba la esbelta figura del mago elfo, su larga y lisa melena recién lavada y perfumada se recogía en una coleta que caía sobre uno de sus hombros hasta acariciar el reluciente libro que tenía ante él.
-Buenos díaz, ¿Qué tal haz pasado la noche?
El elfo salió de su ensimismamiento para dedicar una dulce sonrisa y mientras cesaba el canturreo.
-Buenos días, discúlpame por no haberte ofrecido una habitación, pero como bien sabes… estaba algo indispuesto. ¿Qué tal mi joven aprendiz? Y ya que lo preguntas me encuentro bien, como siempre que puedo, tengo un as en la manga.
Dijo mientras señalaba con la cabeza un vial que contenía lo que se suponía era una poción.
-Graciaz, pero me guzta el momento de reflexión que me ofrecen laz rezacaz.- dijo devolviendo la sonrisa. -Pero a lo que no me negaría sería a un poco de agua pare refrescarme, e incluso algo de comer.
-Tienes el baño al doblar el pasillo. Te recomiendo te duches, si no lo recuerdas, mi aprendiz tuvo a bien, devolver sobre tu regazo.
-Zí, y miz pantalones eztaban recién lavadoz.
-Coge uno de los albornoces y deja que mi sirvienta los limpie mientras tú haces lo propio contigo. De hecho podrás probar uno de mis artefactos que uso para el agua esté siempre caliente… eso sí, no lo vacíes del todo o me lo estropeará.
-Graciaz.
El semiorco se giró, e hizo lo que se le indicó, tras un largísimo baño, limpiar y desenredar sus greñudas melenas. Se dejó llevar por los lujos del elfo y se puso el único albornoz que no se rompería con la mera idea de estar sobre su cuerpo, curiosamente pareció holgarse cuando éste lo ajustó a su cintura. Lo había visto antes con armaduras, así que porque lo hiciera un trozo de tela no iba a sorprenderse. Aprovechó la situación para recortar sus uñas de manos y pies, limarlas e incluso perfumarse un poco las axilas. Acabando con una profunda limpieza de orejas, que lo llevó a concluir:
-Me ziento raro, hazta creo que ze me han afilado laz orejaz. -pensó mientras salía al pasillo. Su ropa no estaba allí, pero sí una nota que lo invitaba al comedor indicándole como llegar hasta él.

No le sorprendió ver una enorme sala sobriamente decorada con tapices y decenas de armas. En la gran mesa central y usando sólo parte de ella, se disponía un amplio banquete; en la cabecera su anfitrión esperaba con un libro en las manos, la silla más próxima y a su derecha se movió sola sin hacer ruido invitándolo a sentarse. El elfo dejó su libro a un lado mientas se colocaba en una postura más correcta.
-¡OH! Amigo mío, debes de ser el semiorco más limpio de la historia.
-Es agradable sentirse recién lavado. -dijo conteniendo su fuerte acento orco
El elfo, entre carcajadas, destapó la bandeja donde se encontraba un suculento plato de algún tipo de ave. Tras una copiosa comida y que el invitado del elfo se retirase a su domicilio, la pareja comenzó a idear planes para su búsqueda. El primer movimiento sería conseguir un clérigo que les acompañase, suponían que alguno que sirviese a un dios de la justicia sería de los más fáciles de convencer para tal gesta. Claro, este tipo de clérigos cuando se volvían poderosos, también lo hacían en su escalafón social, llenándose de compromisos y dejando las aventuras a un margen. Así que tampoco decidieron descartar la posibilidad de uno del dios de la fuerza. Tras acordar la ruta y las preguntas y respuestas que debían dar, se vistieron y aprovecharon las últimas horas de luz.

La tarde no había sido muy provechosa en cuanto a la búsqueda de un clérigo como aliado, pero sí sirvió para encontrar un par de mudas que arreglasen las pintas de Grimor haciéndolo parecer algo más formal. Y esa noche, la pareja se recogió a cenar y beber algo en una taberna algo más modesta que la de la noche anterior. A última hora, antes del cierre, una semielfa tañía una lira con una lenta y triste canción de amor. Al´elthanor Berind´duem Ortheim exhaló un suspiro mientras enredaba uno de sus dedos en la melena, clavando su mirada en la figura de la mujer. Una vez ésta hubo terminado, el elfo subió a la tarima y tras concentrarse tejió un complejo hechizo que llenó la estancia de una alegre música tocada por un grupo de fantasmagóricos músicos, los asistentes al espectáculo casi sin poder resistirse comenzaron a bailar y hacer palmas; entre todo este jolgorio el mago aprovechó para escabullirse de la taberna con expresión lastimera, mientras su compañero lo seguía con una respetuosa distancia prudencial. El fin de esta noche no fue tan alegre ni mucho menos, pero Grimor apuntó para sí sonsacarle algo cuando gozasen de mayor confianza. En esta ocasión, durmió en una habitación de invitados, mucho más acogedora.


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lunes, 20 de octubre de 2008

Cronicas de Mortiel. II

Oh, veo que desperté suficiente interés como para que volvieses a leerme, a continuación pasaré a narrarte la que fue mi elevación, para algunos condena.

Tras meses de navegación llegué al reino de Ciana, donde me uní a un convoy que trasportaba mercancías hacia la capital; así tras un largo viaje llegué a la esplendorosa Melifer, con sus calles llenas de corrupción y oportunidades de hacerse rico a costa de los demás. ¿No es maravilloso? Los Magos escarlata, esos engreídos hijos de puta, que cargan sobre sus hombros la responsabilidad de cuidar que no haya magia sin control, venderían a su madre por un buen pellizco, ¿qué no ofertarán por el secreto de su archienemigo?

Como suponía, las ofertas de trabajo llovían: que si róbame esto, que si espíame a éste... Todo mediocridades, nada que fuese un reto. No tardé en conseguir un lugar donde asentarme y una tapadera, evidentemente. Al poco me hice con un equipo de alquimia y produje mis primeros venenos, los Drow son realmente buenos instruyendo en ello.

Pero realmente necesitaba superarme, algo que fuese un reto, éste vendría a mi en una ahora lejana noche de verano: Caía una terrible tormenta, un buen clérigo de San Cuthbert me había pedido que velase por el sueño de un párroco, agilizando el trámite de unirse con su anfitrión. No pagaba mal, y ser un asesino profesional sería sólo una mejora en mis credenciales. Vivía en una casa de bien, era un herrero semiorco o algo así; bueno, el asunto es que me deslicé en su casa a través de la ahora fría chimenea de su fragua, subí a su cuarto sigiloso como un gato. Pero necesitaba dar rienda suelta a mi creatividad, así que bajé y recogí un fuelle de la chimenea, subí otra vez, allí roncaba boca arriba con la boca abierta de par en par. Me acerqué, alcé el fuelle y dejé que cayera sobre su boca, algo sonó a roto por el peso de semejante trasto, abrió los ojos llenos de pánico. Me miró mientras se retorcía intentado zafarse. Tranquilo, respira profundamente.- Le dije y cerré el fuelle, sus ojos se hincharon y un grito ahogado gorjeó en su garganta. Colgué todo mi peso y repetí el movimiento, deberíais haberlo visto, los ojos se le salían de la presión, su espalda se combó y la punta de fuelle se deslizó un poco más hacia la traquea. Tuve que repetir el proceso varias veces, además de tener que retorcer el fuelle. La verdad, no sé qué lo mató: si el hecho de machacarle la columna tan cerca de la base del cráneo o si le reventé los pulmones porque no podía expulsar el aire que introducía a presión. En todo caso da igual, la cosa fue lenta, lo llenó todo de sangre, babas, orín y heces. Vamos, una perfecta chapuza, así que me escabullí como pude y luego me deshice de las ropas ensangrentadas.

Aun quedaba mucha noche y necesitaba el dinero, así que cuando me arreglé, salí a la calle otra vez, caminé hacia el templo, donde me colé sin llamar la atención. Bueno, allí, frente al altar, mi pagador conversaba con el clérigo, había varios hombres embozados de negro ocultos por la sala. Me dio igual, hice una entrada espectacular: me descolgué desde el órgano y caminé por el pasillo central, cada paso me acercaba más a la extraña pareja, el templo sólo se iluminaba por la luz de los rayos y el candelabro que sostenía el clérigo, tenía las manos prestas a desenfundar, el extraño ordenó: Matadlo. Mala forma de perder sicarios, respondí, mi ballesta de mano ensartó la frente del primero y Tempestad, mi fiel ropera, comunicó con línea directa la espalda, el corazón y el pecho. Cayeron desplomados antes de que el hombre pudiese encarnar una sola ceja. Sacerdote, ya hice mi trabajo, quiero el pago.
-¿Y vos... sois? - Espeté.
- Lord Thunder, tú debes de ser ese fantasma que tanto ha llamado la atención últimamente.- Dijo con tono de seguridad.
- Mortiel, y hareis bien en cesar los ataques.- Repliqué.

Bueno, el clérigo pagó presto y Lord Thunder me ofreció el que sería mi primer trabajo para él. Que era exactamente lo que buscaba. Todo un desafío.


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miércoles, 15 de octubre de 2008

La herencia perdida II

Capítulo 2: No quiero seguir solo
Día 1

Tras unos días de viaje las imponentes murallas de granito del corazón del reino se elevaron ante Grimor. La enorme ciudad construida en una leve elevación del terreno situada cerca de los márgenes de los bosques de las fatas y los frondosos bosques de las tierras del sur. Se alzaba indiferente la bautizada como Neitbodk. Pese a ser una capital de reino apenas contaba con una pareja de gruesas murallas defensivas, construidas con el mejor granito que pudieron dar las minas del reino; en su centro se alzaba, arrogante frente a las barriadas que lo rodeaban, el palacio real. Allí dentro se guardaban los tesoros del reino, una de las mayores bibliotecas del continente y un buen rey, también el déspota de la ciudad. Los vistosos pendones y banderas decoraban la fortaleza siendo el complemento perfecto para el vistoso uniforme de la guardia del castillo, toda la estructura se hallaba decorada con grandes losas de mármol blanco, pulido hasta que brillaba con la fuerza de las estrellas. Cuando se veía éste en el horizonte una sensación de profundo respeto invadía al viajante.

Aquí podría reunir un grupo de aventureros con los que partir en busca de las reliquias que le permitieran reclamar el liderazgo del clan. Nada más cruzar las puertas de la ciudad, un fuerte olor a especias se clavó en sus fosas nasales, produciéndole una extraña sensación de nauseas y dulzura en el paladar que terminó por abrirle un terrible apetito. La ciudad rebosaba vida, los mercaderes exhibían sus mercancías, jactándose de su calidad mientras el bullicio recorría los callejones que formaban los tenderetes, y una miríada de olores, colores y sonidos se fundían en el bullicioso día. Más tarde, preguntando, descubrió que se trataba del mercado conmemorativo del nacimiento de un gran rey del pasado.
-¡Ja! Piensa que tus gentes harán lo mismo si juegas bien tus cartas. -dijo alegremente la espada en la mente de Grimor
-Zer amado por tuz vazallos debe de zer muy reconfortante, pero me zigue dando vértigo el no zaber zer buen líder, nezezitaré muchoz consejeros, y mucha zabiduría.
-Me tienes a mí, ¿qué más consejeros, o sabiduría necesitas?
-No quiziera zer un zer malvado y dezpótico…
-No lo serás, por tus venas fluye la sangre de uno de los más grandes líderes. Pero si no sabes usar el poder, no sabrás disfrutar tu herencia. Sé su líder, guíalos a la victoria con puño de hierro y serás recordado y amado durante eones.
-¡Jamáz!, no me impondré.
La espada suspiró y guardó silencio. Mientras, Grimor recorría las abarrotadas calles de la ciudad en búsqueda de algo que se pareciese a lo que por el momento era su ideal de aventurero. Un joven elfo, de estatura media, con su melena decorada con una par de trencitas hechas con el flequillo y unidas en una coleta en la nuca por un delicado broche, vestido de buena manera, con unos delicados ropajes de seda roja, adornados con delicadas inscripciones bordadas en plata rebuscaba despreocupado entre un montón de pergaminos de saldo algo que fuera de interés, deslizando sus enjoyadas manos entre los pergaminos y tomos viejos. Cuando el pseudo mago terminó y pagó con platino los pergaminos y los gastados tomos que seleccionó, Grimor no dudó en el hecho de que podía ser un valioso aliado, o compañero de andanzas, así que ni corto ni perezoso se acercó a él:
-Oye, ezto, elfo… kería zaber si eraz un buen, mago o zólo un elfo con dinero… o que pretende aparentar tener dinero… bueno, puez ezo, dime ¿Qué erez?
El elfo arqueó una de sus finas cejas mientras dejaba que su lengua chasqueara al quedar medio boquiabierto.
-He de suponer que sois un bárbaro de las lejanas tierras del norte, más allá da las tierras abandonadas y donde nunca se va el invierno.
Exhaló un suspiro y arqueó la otra ceja mientras deslizaba su lengua por sus blancos y perfectos dientes, para continuar:
-Sí, soy un mago, y creo estar en condiciones de añadir el adjetivo bueno, y poder además exaltarlo con la palabra “muy“.
Tras esto clavó sus profundos ojos verdes en los rojizos de Grimor.
-Supongo que eso sabrás ponerlo en orden.
A lo que Grimor torciendo la boca y en un correctísimo común dijo:
-Sí, conozco el orden lógico de esas palabras; sí soy un bárbaro, pero no soy de esas lejanas tierras, en realidad provengo de un lejano plano de la existencia llamado Dreigond, donde fui criado por mi familia en el arte de la lucha y supervivencia. No en el de la magia y la política…
El elfo se desencaró asintiendo para devolverla mirada al puesto de libros mágicos, tras unos segundos giró sus ojos y mirando de lado al rostro del semiorco. Despegó lentamente los labios:
-Bien, si no se os ha educado para tener cortesía, no será algo que os pida, pues no espero que me pidáis grandes conocimientos de supervivencia. Respecto al tema de las habilidades, he de mencionar el grosor de mi colección de hechizos, y mi facilidad para recordar gran cantidad de ellos al día. ¿Así satisfago vuestra duda?
Grimor se irguió para mostrar toda su altura hinchando el pecho, y dejó ver una de sus mejores sonrisas.
-Pues mi habilidad con el hacha es tal, que pocos son los que se han enfrentado a mi y han sido capaces de sobrevivir sin estar mi piedad por el medio.
Tras esto tendió la mano y con una voz llena de orgullo dijo:
-Grimor Bloodfits, único heredero digno del clan Bloodfits y único que lo reclamará y obtendrá.
El elfo mostró sorpresa, fingió abnegación cerrando sus ojos y estrechó la mano del bárbaro:
-Al´elthanor Berind´duem Ortheim del bosque de las fatas, aunque apenas viví allí una veintena de años en mi niñez. Maestro de la escuela de evocación, en esta ciudad. Y ex aventurero retirado… como veis, mis metas son mucho más mundanas, aunque supongo que vos tenéis menos tiempo que dedicarle al perfeccionamiento de el arte.
Grimor selló el saludo con un apretón de manos, seguido de un gesto para ponerse en camino:
-Buzquemoz un sitio donde hablar, necezitaré de un mago veterano, para miz andanzas. Y no zé, yo domino el arte de la ezgrima… pero el arte… no ez ezo verdad.
-No, mi incorregible amigo. Si me lo permitís, os llevaré a una taberna donde suelo ir a descansar mis ojos tras largas horas de estudios. No es muy lejos y tienen unos cómodos asientos donde podremos charlar durante horas. Y así me contareis como hicisteis para llegar a este plano.

La pareja caminó por las sinuosas calles del barrio bajo hasta que las casas pasaron de ser de madera a ser de piedra y los letreros comenzaron a crecer en número, los nombres de los gremios se anunciaban a los cuatro vientos. Finalmente llegaron a un edificio construido en granito blanco y adornado en mármol que brillaba con la luz del sol. Cuando entraron en el ricamente decorado recibidor, un joven se ofreció para guardar los bártulos. Y pese a las quejas de la espada, Grimor decidió jugar con las reglas del elfo… aun así, sus puños eran más que suficientes como para evitar que conjurase.

Al poco, la conversación se volvió alegre y dicharachera, ambos intercambiaron historias de sus aventuras, enemigos derrotados, amores perdidos y sueños inalcanzados. Sorprendentemente para ambos, eran unos soñadores empedernidos, y no tardaron en crear un buen lecho para una futura amistad. Tras esto Grimor explicó su búsqueda y por qué necesitaba un buen mago. Al´elthanor, algo animado por la bebida y las renacidas ganas de aventura, aceptó ayudarlo en su cruzada. Pero no sabía quién más podría ayudarles… lo único claro era que necesitarían a un clérigo, para poder recibir curación mágica, además de la bendición personificada de algún dios. En este punto ambos coincidieron, pero ya era tarde para ir a buscar a nadie, así que siguieron conociéndose más y más. Trabando una peculiar amistad.

viernes, 5 de septiembre de 2008

La herencia perdida

Capítulo 1: La andadura.

Había llovido toda la tarde y no parecía que fuera a cambiar en lo que quedaba de día, pero aun así Grimor esbozaba una sonrisa mientras caminaba a la luz del atardecer entre los árboles del bosque.
Grimor era un enorme semiorco, con la espalda de dos bueyes, brazos del grosor de un buen jamón y su imponente estatura se veía coronada con una larga melena negra recogida en un par de trenzas cortas en las sienes y el resto mecida por el viento… bueno, ahora empapada en agua. Vestía una humilde ropa de montaraz roída por el exceso de uso y cargaba una mochila grande, sobre ella un petate con su armadura. Cruzando su espalda un gran hacha y un hacha doble orca, ambas runadas en orco. Se abriga del frío con una pesada capa de pieles, cubre sus antebrazos con unos pesados brazales y sujeta sus pantalones con un enjoyado cinturón ancho del que pende su vieja y fiel daga.

Se encuentra de camino al poblado de leñadores. Si nada se interpone en su andanza llegará con el despuntar de la noche, aunque con la lluvia que cae puede que se encuentre con algún corrimiento de tierras o algo similar. No es que importe demasiado pero no tiene ganas de hacer algún esfuerzo y menos de salvar un barrizal o un árbol caído. Está cansado y pese a que su rostro refleje la sonrisa del victorioso o autosatisfecho se derrumbaba por dentro. No es porque tenga una mala racha ni por el hecho de tener que caminar solo por un bosque perdido de la mano de los dioses, sino por el hecho de que no hay nadie esperándolo, que su “mejor” amiga sea un pedazo del mismísimo mal con forma de espadón y voluntad propia, que revolotea a su alrededor lanzando palabras hirientes de manera constante, la única con la que puede conversar y lo peor de todo: va con retraso.

Descendiente de un glorioso linaje… por no decir fecundo… Grimor Bloodfits no tiene nada que no sea lo que porta, eso para ser el supuesto heredero del gran caudillo interplanario Gurzal Bloodfits de los 100 retoños, un reverenciado astuto y gran estratega orco de montaña... no es mucho la verdad. Este título es el que su tataratataratataratataratatarabuelo odió en vida, al igual que hizo con el centenar de “pequeños” problemas que se lo habían propiciado. Aun así siempre fanfarroneaba de lo viril que era… bueno... que fue, incluso después de haber perdido el control de gran parte de la horda que heredó a manos de su propio hijo. El antepasado de Grimor, Krugzor el primero del centenar, un poderoso y furibundo orog, mitad orco, mitad ogro, derrocó a su padre con sucias tretas, para finalmente alzar en armas a los millones de orcos que lo seguían y conquistar un mundo para él solo.

Krugzor el primero, como le gustaba llamarse, afirmaba que un centenar de reinos en un centenar de planos estaba bien si tenías un centenar de herederos; plan original de su padre, pero un mundo para un único heredero digno, era mucho mejor. Así, portando el estandarte del clan más temido y respetado de los planos, marchó a su plano natal, donde su linaje era bien querido. Allí el último de los que se negaron a seguir al maléfico Krugzor se enfrentó a él en una guerra brutal y sin cuartel. La guerra devastó medio continente, ambas facciones asolaron reinos de todas las razas, cubrieron hectáreas y más hectáreas con sal, para así no dejar nada útil a su enemigo en un desesperado intento de frenar su avance, y lo que en el pasado fue un idílico reino de paz y prosperidad se convirtió en el baluarte inexpugnable del temido señor de la guerra Krugzor.

Harto de no hacerse con la victoria final, tras meses de tira y afloja con las fuerzas de su hermano Brozcal, imploró a los dioses el poder necesario para lograrlo. Estos maléficos dioses vieron al perfecto elegido, que tomaría en su nombre un planeta entero, haciendo reinar su fe, dando un gran poder a su panteón. Accedieron a darle una gran fuerza y residencia a su ungido, así como la sabiduría e inteligencia propias de los dioses. Ahora, rebosante de poder encabezó su gran hueste a la batalla; los últimos defensores humanos y resquicios de las fuerzas de Brozcal huyeron a las montañas. Allí los enanos los dejaron pasar para cerrar tras ellos sus pesadas puertas, sellando el paso a los últimos reinos humanos. La horda llegó a las puertas de los enanos, que ahora se arrepentían de que haberse negado en el pasado a ayudar a los humanos, orcos y elfos en su guerra por mera xenofobia. Ahora apenas podían asomar la cabeza. Aun así, plantaron cara al destino con estoicismo, esperando poder al menos resistir lo suficiente como para ser el punto de inflexión de la guerra.

Tras unas semanas, al alzarse el sol, un mar verde hasta donde alcanzaba la vista esperaba a las puertas del reino enano hasta el momento invicto, en oposición a las pequeñas fuerzas que los comenzaran a asediar. Ese día, la guerra total se extendió por toda la red de túneles enanos. Durante meses se sucedieron las escaramuzas por los intrincados pasillos de las montañas, pero el desgaste moral y de fuerzas que sufrieron los enanos fue tal que su férrea línea defensiva comenzó a resquebrajarse. Entonces un grupo de curtidos y osados combatientes, capitaneados por Brozcal, dio un paso al frente, lideró la defensa del paso a los últimos reinos humanos, y con sudor y sangre rechazaron con valor a la horda invasora. Cuando un Bloodfits que siguiera al primogénito caía en uno de los asedios, su cráneo pasaba a adornar el cinturón del último descendiente bueno de Gurzal. Brozcal, considerado el más débil de la camada por ser medio humano, estaba dispuesto a demostrar ser el mejor de los hermanos vengando a cada uno de los que se atrevió a no seguir a Krugzor.

Cuando esto llego a los oídos del divinizado Krugzor se enfureció y se personó a las puertas de la última esperanza de ese mundo. Los ya más que curtidos guerreros de Brozcal habían entablado una fiera residencia a las hordas del clan Bloodfits, pero su destino estaba escrito. La batalla duró semanas, apilando los cadáveres de ambos bandos en los pasillos de entrada a la fortaleza enana. Lo estrecho del paso permitía que el número fuera de menor importancia, dando ventaja a los ya curtidos por la larga guerra. Aun así los que eran fieles a Brozcal, no podrían aguantar semejante guerra de desgaste.

Mientras todo esto acontecía en un remoto plano de la existencia Gurzal gestaba un plan para vengarse de la traición de su hijo, con la cual pensaba destruirlo y retomar el control de la horda. Tras haber pactado con uno de los diablos más poderosos del abismo: “Que toda alma de un traidor que yo o mis guerreros liberemos de su cascarón mortal será para vos” y para asegurarse que no sería traicionado añadió “Y si cualquiera de los míos o yo mismo traiciona al clan Bloodfits sea ése su castigo”. Recibió a cambio el poder necesario para enfrentarse al traidor de su ralea. Pero obviamente había sido engañado, puesto que ambos bandos traicionaban a la unidad del clan dándole así todas las almas que necesitaba el diablo para forjar un arma destinada a destruir a uno de los dioses más odiados por este diablo. El odio, la maldad y crueldad de miles de almas orcas serían usadas para el filo que haría vibrar los planos. Y lo alzarían como dios, pudiendo así llevar su poder hasta el infinito. Tener su propio clero, que recolectase las almas en vida, para poder hacer crecer sus huestes de diablos y marchar una vez más a la guerra con los demonios. Sólo que ahora sería para una gran victoria.

Unos días antes de la que sería la batalla final, Brozcal le pidió a su compañero, un poderoso mago elfo, que cogiese a su familia, la llevase a algún lugar seguro y salvase a sus hijos, pues él sabía que moriría, antes o después, por la que se le instruyó que era la verdadera idea del clan. Sin saberlo también salvaba su alma. Y así lo hizo el poderoso mago. Brozcal con la conciencia tranquila y sin nada ya que perder marchó a la batalla. En el último día, cuando sus hombres presentaron la más encarnizada resistencia, Brozcal sonriente dijo: “Hoy, a los honrados y valientes nos llega la hora, pero recordad que cuando se juega sucio los de honor poco podemos hacer para no ponernos a su altura, salvo luchar hasta el final y ser la inspiración para los honrados y de honor del futuro.” Sabía que su suerte estaba echada, la noche anterior su hermano había llegado al sitio y hoy lucharían a muerte, pero qué muerte más digna. Sólo pidió una cosa a los dioses de la guerra y el valor, dándole igual el que se lo diesen o no: que con su sacrificio al menos se ganase la guerra o parase. Cuando ambos líderes se encontraron a la entrada de las cuevas comenzó su desafió. El duelo duró tres días con sus noches y fue, según cuenta la leyenda, sobre la montaña de los cadáveres apilados de los guerreros caídos. Los aceros de los hermanos se cruzaron un millar de veces y resonaron otras tantas; por cada golpe una esquiva o un bloqueo, por cada paso atrás, uno adelante. Pese a lo arduo de la lucha ninguno de los dos flaqueó. Pero las heridas que sufrieron ambos fueron tales que apenas se tenían en pie en las últimas horas del duelo. Los golpes se descargaban únicamente impulsados por el orgullo de no ser el que se rindió. Aun así Krugzor era más fuerte y gozaba con la oscura bendición de sus dioses, así que consiguió asestar el golpe final a su hermano Brozcal que calló de rodillas. La tronante voz de Krugzor viendo la victoria tan próxima se alzó sobre las arengas de sus hombres:
-¿De qué te vale morir ahora, como el último gran héroe, pudiendo haber vivido como uno de mis temidos hombres?
-De que mi nombre se recuerde como el de un héroe y no se olvide como el de un tirano más.
Diciendo esto asestó un golpe que hirió gravemente a Krugzor, pero el precio fue desplomarse a los pies de su tambaleante adversario, quien lo decapitó con la fuerza de la ira. Y así Brozcal perdió el duelo, la vida y con él, todos sus hombres la esperanza.

Mientras todo eso sucedía, Gurzal viajó hasta el plano en guerra para hacer frente a su hijo. Con apenas un puñado de guerreros se abrió paso hasta Krugzor, todavía maltrecho por el duelo de hacía unos días. Sus sanadores volcaron todos sus hechizos en él, cerrando todas sus heridas excepto la última que le causó Brozcal; parecía que la ira y el odio con el que fue hecha, se negaban a que sanase. Pese a eso Krugzor se presentó a la batalla. El duelo se alargó durante días y noches, mientras ambos contendientes asestaban terribles golpes el uno al otro. Sus hombres no eran menos y luchaban entre sí con la misma ferocidad, la que sólo puede alimentar un odio irracional. Miles de almas fueron arrojadas a la terrible forja del diablo que esperaba el desenlace sonriente por el poder de las almas que iba a ligar a su arma.
Krugzor, mortalmente herido, siguió hendiendo el aire y la carne de su padre. Éste, con la fuerza obtenida del pacto diabólico, soportaba el castigo; finalmente asestó el golpe de gracia a su primogénito Krugzor, que calló desplomado y muerto a los pies de su padre. Un furibundo grito de guerra atemorizó los corazones de los que siguieron a Krugzor, si eso era el destino de su hijo, el suyo no sería mejor. En ese instante el diablo dio por cumplido el trato, haciendo que las heridas pasaran de graves a mortales. Gurzal, se desplomó perdiendo las pocas fuerzas que le quedaban sin el apoyo diabólico, y así reclamando para sí el alma de ambos combatientes.

La incertidumbre llenó a los guerreros de ambos bandos, que lucharon con renovado ahínco, para recuperar el cuerpo de sus líderes. Pero tal era el odio de padre e hijo que el diablo fue incapaz de forjar ambas almas en el mismo filo, dejando libre la del hijo por ser la más débil, ya que su verdadero poder residía en los dioses orcos. Pese a todo el diablo consiguió terminar su obra para la cual había reunido almas durante eones.

Tras la muerte de ambos caudillos los hermanos restantes formaron sus propias tribus, repartiéndose malamente el reino que tenían en ese plano y así dando por acabada la guerra, dando paso a una época de nuevas tribus y olvido de la grandeza de los Bloodfits. Los clérigos aun fieles al difunto Krugzor recogieron sus restos y los llevaron a un templo secreto donde comenzaron un lento proceso de resurrección con el que esperaban poder retomar sus planes de dominio total del planeta. Aun así, pasaría mucho tiempo antes de que el temido señor de la guerra volviese a la vida.

El mago elfo que salvó a la mujer e hijos de Brozcal creó una poderosa mazmorra donde ató a una enorme cantidad de guardianes, para que allí descansasen los restos del vengativo padre y su equipo de leyenda. Las posesiones de su amigo las llevó junto a sus hijos y se aseguró de que ellos fueran entrenados como le hubiera gustado al salvador de su pueblo. De no ser por esa profunda herida, Krugzor hubiera derrotado a su padre con toda probabilidad. Cuando se cercioró de que sus descendientes vivirían como deberían, recorrió los planos es busca de algún otro resto del antaño legendario clan. Ahora sólo era un recuerdo difuso. Ya en su ancianidad destinó un último esfuerzo a escudriñar el futuro, viendo sólo dos cosas el regreso del Krugzor y el resurgir del valeroso semiorco. Del cual ha comenzado la búsqueda para entregarle las poderosísimas armas de Gurzal.

El diablo presa de una serie de traiciones y la dura guerra de llevaba con los demonios. Perdió gran parte de su poder y estatus, haciendo que acabara por perder el arma forjada con las almas de miles de feroces orcos. Que parecía empezara a tener voluntad propia, y así manipulando a sus portadores acabo en manos de un muy ambicioso demonio, con un solo defecto, le encantaba el juego. Finalmente lo guió por los planos hasta que encontrase a alguien de la raza orca digno de portarla. Para así poder volver, ser el verdadero rey, y si podía destruir el alma de su hijo. Este descendiente digno y elegido por Gurzal, es Grimor Bloodfits. Cuando vio, su destreza con las armas y su linaje, no dudo a la hora de entregarse ante el. Para así manipular a su descendiente y terminar su venganza, y recuperar así su antiguo imperio. El arma esta convencida de que esta preparada, desde hace mucho, para devorar y destruir el alma del traidor… o eso creé ella. Pero lo que no sabe, es que en su momento no se le encerró a los dos en ella, para que no se autodestruyera.

Los hijos de Brozcal crecieron y tuvieron su descendencia así durante quinientos años, el último y más débil, un semiorco llamado Grimor, que no ha recibido nada, salvo un medallón con el símbolo de su linaje y una daga vieja. Ha comenzado sus aventuras y tras dos años de viajes, luchas y enfrentamientos desde demonios hasta dragones. Ha dejado de ser el débil crío que partió de casa. Hasta parece que la diosa de la fortuna ha enderezado sus pasos, a lo que parece un viaje interplanar. En uno de estos viajes ha conseguido las armas y armaduras con el símbolo del antiguo clan, una misteriosa espada y muchos cuentos de lo que fue su tribu. Pese a eso camina ignorante de toda la verdad. Con la intención de reunificar su clan. Él sólo sabe que su antecesor hirió de muerte a su hermano, y no el porque la tribu se dividió tanto ni lo que detuvo el avance hasta ese momento imparable de la horda. Aun así los clérigos de Krugzor no han perdió el tiempo y han finalizado su ritual, tas cinco largos siglos y muchas generaciones, han alzado al antaño poderoso señor de la guerra. Pese a todo, este ha perdido gran poder, y tiene muchas tribus que unir bajo el sangriento estandarte de su grandioso linaje. Grimor sabe que ya tenía la fuerza para reclamar su puesto en el clan y así unificarlo recuperar las tierras que se destruyeron durante aquella guerra y ser soberano, también sabe que se está calando hasta los huesos y que su espada no para de molestarle… además sus temores son ciertos: un árbol atasca su camino.
-Oye ezpada toca huevos, ¿realmente quierez que te empuñe?
-Claro, conmigo retomaras el trono de Gurzal y…
Los potentes brazos del semiorco cogieron el arma con la que seccionó el árbol caído.
-¿Por qué te empeñas en usarme para fines menores? ¡Conmigo podrías someter reinos enteros!
-Porke no zabría zer rey, ademáz, odio zometer, zi el clan ez mío, lucharé por él, pero dejaré libre al que no me kiera zeguir.
-¡Eres un insensato, tus antepasaos bramarían ante tales palabras; Gurzal tenía un centenar de reinos en un centenar de planos ¡¿Y tú sólo quieres reunir el clan, para cultivar?
-Zoy modezto, ademáz, no me guztaría zometer ningún reino… bueno a no zer ke zean malvadoz, pero como ezo ez tan sugestivo...
La espada siguió bramando mientras flotaba alrededor de Grimor.

Al fin vio el poblado, podía oler la comida recién hecha. Escarbó es su bolsillo y encontró unas piezas de cobre, un botón y algo de pelusa. Torció la cara y esperó que no tuviera que dar el botón por la comida, sino no podría arreglar su ropa elegante.
La perforante voz de la espada, ahora en su funda, resonó en su cabeza:
-No puedes pagar con botones, y eso no es ropa elegante…
Grimor ensombreció su rostro y entró en la taberna, miró por encima y vio a una hermosa mujer sirviendo las mesas, se acercó a ella y tímidamente le preguntó cuanto valía un plato de comida y una habitación. La mujer sonrió y soltó una risita:
-¡Pero si a alguien así de grande le hacen falta dos jamones!, ¿cómo me preguntas por las gachas? Y las habitaciones no son muy caras. Además, hoy me han dejado sola a mí en la taberna, así que no te cobraré si me ayudas a que no pase nada.
Y antes de que terminara la mujer, la voz de la espada bramó en su mente otra vez:
-¿Así piensas guiar una horda de orcos? Necesitarás algo de mano dura, y no ablandarte a la primera sonrisa de mujer.
Grimor sonrió y asintió con la cabeza alegremente, no era tonto ni ingenuo, pero era mucho más feliz actuando como tal.

La noche pasó con calma y una vez se cerró la taberna, la mujer sirvió un buen plato de carne al semiorco. Entablaron una larga conversación donde Grimor contó historias de dragones, demonios, paladines y magos y cómo él siempre era ignorado, pese a ser el que no temía a nada y siempre lo daba todo. Siguieron bebiendo y comiendo con alegría mientras la mujer escuchaba atónita las aventuras del semiorco. Cuando los dos ya habían bebido hasta perder la vergüenza y algo de sentido común, ella se aproximó a él para ver y acariciar sus cicatrices. Grimor se había quitado su capa y camisa hacía ya muchas horas, dejando a la vista su curtido pecho. Ella le pidió que le mostrara todas y él, sumido en una inocencia auto inducida, acabó sin pantalones. La excusa de que allí se debía de helar fue más que suficiente para llevarlo al cuarto y dejar que la pasión hiciera el resto. Grimor, mostrando una delicadeza inesperada para los de su sangre, la levantó en brazos y la llevó a la cama, donde se enamoró por unas horas de la maravillosa y voluptuosa mesonera. Las horas de noche se sucedieron y la pareja se sumió en un profundo sueño.

Cuando el ahora más feliz Grimor se despertó, vio su ropa ahora limpia secando frente a la hoguera y con todos los botones puestos. Bajó y allí se encontró a la mujer con otro hombre, pero con él no parecía estar muy a gusto, además ella tenía un ojo amoratado. Cuando éste se hubo ido, se acercó y le preguntó:
-¿Ezo lo hize yo? ¿Ké zucede?
Ella, sonriendo, dijo:
-Era mi marido, es un matrimonio de conveniencia y esto ha sido por no haberle avisado de que no iría a dormir… pero sin él no tendría qué comer ni un techo. Y tú sólo me has hecho feliz y me has dado el amor que nunca me dio un hombre. Me contaste tus aventuras y te vi como el héroe con el que siempre soñé.
Grimor frunció el rostro y musitó:
-Puedez ezcaparte conmigo, no tengo nada máz ke lo puesto, pero zi haze falta mataré un dragón para cubrirte con zu tezoro.
Ella rió:
-Cariño, tú tienes cosas mejores que hacer, yo sólo soy una simple mesonera, que dentro de poco tendrá que empezar a criar hijos.
Grimor emitió un suave quejido:
-Yo pienzo ke zólo nozotroz podemoz ezcribir nueztro deztino, ni loz padrez ni los diozes.
-Sí, pero yo sólo sé coser, fregar, cocinar y servir platos.
-Y yo no zé hacer ezo, ademaz, azí tendría algo bueno en ke gaztar mi dinero.
-Eres un cielo, pero no soy la única en esta situación. Me has hecho feliz, pero sé que harás lo mismo con la próxima que veas así… y supongo que hay menos dragones ricos que mujeres con un matrimonio de conveniencia.
-Uzzzz, zi puedo, te zacaré de akí, ez una promeza.

Se giró y subió a por sus cosas, salió de la posada y grabó en su mente para siempre a otra de sus amadas, a las que le gustaría salvar… ojalá pudiera vivir tanto como un elfo, así al menos podría reclamar lo suyo, y salvar a todas esas doncellas en apuros. Y ¿quién sabe?, hasta enamorarse de verdad… Luego, derramando una lágrima por tener otro puñal en su corazón, donde sólo cabe un mundo donde la gente puede ser feliz, siguió su camino, eso sí. Consideró que el hombre que le pega a su mujer no merece tener caballo, así que lo tomó para sí. Su siguiente destino: la capital del reino. Su “fiel” espada se pasó el resto del viaje criticándolo y procurando herir su orgullo y sentimientos.

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miércoles, 3 de septiembre de 2008

Cronicas de Mortiel. I

Hoy empezare con las crónicas de Mortiel, que ya ah vivido mucho y no es plan. Pero bueno, aquí os dejo su versión de la historia.

Hola querido lector, permitid que me presente, soy Mortiel, explorador, atleta y superior espadachín. Ahora me dispondré a contaros mis aventuras con un grado de veracidad elevado. Pues la verdad puede herir a más de un oído y yo no soy de los que hiere sin intención.

Comenzaré por mi niñez, hace ya dieciocho largos años fui a nacer en las lejanas tierras de Tomer, que por aquel entonces estaban regentadas por el gran Rey-Liche, Camelor II. El cual ha sido destronado en los últimos años por un grupo de aventureros en nombre de la justicia y el bien. Creo que su planteamiento no era tan erróneo sobre cómo crear una nación más fuerte. Pero esa no es la historia, aunque los acontecimientos de la patria siempre pesan en el corazón de los buenos plebeyos. Más adelante explicaré por qué perdí mi patria y por qué no puedo volver.

En un pequeño pueblo de la región sur oriental tomé mi primer aliento, ya desde ese momento y probablemente por la marcha y desaparición de mi padre mi madre no fue cariñosa conmigo, mis hermanos simplemente se negaban a tratarme como alguien de su sangre. Con apenas seis años sólo recibía atención de los pueblerinos para ser insultado o algo peor. Así que un buen druida decidió adoptarme, bueno... mi madre me vendió a buen precio.

Este amable caballero me instruyó en nociones sobre cómo usar las plantas para crear diferentes sustancias, a ser sigiloso como los felinos y en definitiva ser un ente del bosque, entre otras cosas. A los doce años regresé a mi pueblo, donde fui recibido como era costumbre. A la noche vertí en el pozo una leve cantidad de un potente veneno, luego esperé paciente en la plaza a que cayeran todos, lenta y magníficamente todos pagaron por sus afrentas. Mi madre que siempre dormía hasta tarde, gritaba desesperada al ver a sus cinco hijos sufrir convulsiones y morir. No quería interrumpirla así que esperé a que comenzase a culparme... ¿sabéis? no tardó nada, algo menos que en comprender que aquel frío que sentía en el vientre era una daga que le había clavado. Me senté a la mesa y disfruté de su lenta agonía, mientras le contaba lo que había hecho. La muy zorra intentaba convencerme de que me perdonaría, que me quería y que la salvara.

Tras esto cambié mi aspecto, ropas y me llevé esa flamante espada ropera del jefe de la guardia. Viajé por los bosques hasta una gran ciudad. Allí no tardé en convertirme en unos útiles ojos para la guardia de la ciudad, ¿en serio creéis que me importaba que fuesen un grupo de no-muertos? Pagaban bien y me instruyeron en el uso de las armas, así que tomé una armadura de cuero y otra espada. Decían que con mi destreza me iría mejor combatiendo con dos... la verdad es que iba bien. Todo se complicó cuando un par de años después a eso de los catorce, un mercader Drow me encontró donde no debía, así que me tomó como esclavo, como compensación por las molestias.

Me llevó a una de sus ciudades subterráneas y allí me subastó. Me fue a comprar una sacerdotisa... así que me tuvo seis meses de chico de los recados, seguía teniendo un buen oído y un don para manipular a la gente, así que fui una buena herramienta para ella. Cuando descubrió mis habilidades para hacerme pasar por otros me pagó un buen equipo y comenzó a encargarme misiones para su ascenso en la corte. Yo comencé a seducirla y se ve que viceversa, así que también me tomó como juguete sexual; bueno, no era exactamente lo que pretendía, pero me permitía acceder a conocimientos escondidos a otros. Así transcurrieron unos diez meses, ya era un hombre casi adulto y bien posicionado para ser un esclavo. Todo se fue a la mierda cuando un grupo de enanos arrasó la ciudad, mi "dueña" por aquel entonces me amaba, y en cierto grado yo también, supongo que ser la única que no me miraba con desprecio algo me afectó. Cuando sucedió el ataque, a ella la tomaron como prisionera y yo pude huir, seguí a la compañía enana hasta la superficie donde entregaron a los Drow a la justicia de Camelor II, al parecer habían estado en una guerra oculta o algo así. Bueno, tampoco me importó, le prometí que escaparíamos así que por la noche la liberé.

Por si no lo habéis deducido, escapamos por los pelos perseguidos por una horda de horrores nigrománticos. Por motivos evidentes tuvimos que separarnos otra vez, ella debía vengarse y yo huir. Así que tomé un largo camino hasta la costa occidental del continente y allí un barco. Conmigo sólo llevaba un par de aceros, una armadura de Mithril recuerdo de mi bella "amada" y otra estúpida promesa... ¡qué ingenuo por mi parte decir que no conocería a más mujer que ella y que volvería!

Bueno, en el fondo me gusta mantener mi palabra.

Pero por hoy ya es mucho, otro día te contaré qué me aconteció al cruzar el océano.


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domingo, 31 de agosto de 2008

Raja.

Esto es lo que se me ocurrió en el ascensor pedo xDD:

Todo corría a gran velocidad, sus venas palpitaban, lo veía todo y nada. Solo era un borrón, pero sus sueños y esperanzas se difuminaban. En sus cascos resonaba Paint it Black, sus ojos no perdían el tiempo en parpadear, en unos segundos timbraría a su puerta. Y tras las lágrimas la abrazaría y serian uno durante un segundo infinito. El ascensor se detuvo, la rendija de las puertas le cedió el paso y los últimos acordes sonaron. El resto ... no ha de ser contado.

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martes, 12 de agosto de 2008

Memorias

Hola, supongo que si lees esto, es porque tienes cierto interés en mi pasado, o simplemente eres un cotilla, sea lo que sea tu conciencia cargará con ello. Amén de que si es lo segundo y lo descubro me haré un juego de dados con tus falanges y te sacaré los ojos, no es nada personal. Así, que harías bien en dejar la lectura aquí, para pedirme permiso. O mejor, que te cuente con mis palabras mi vida. O acaso hurgo yo en tu diario.

Me remontaré hasta mi primer recuerdo. En aquella época no era nada más que un crió revoltoso, el tercero de tres hermanos, mi padre pasó mucho tiempo fuera del hogar así que apenas recibí la necesaria disciplina. Mi hermano mayor también acompañaba a mi padre, ambos formaban parte de la guardia personal de nuestro caudillo. Un formidable orco con un ingenio solo comparable a su ateísmo. Puede que lo primero le sirviese para sobrevivir en el campo de batalla, pero si no cumples con tus tributos a los dioses puede que estos te retiren el escaso favor que te conceden. Pero eso no es lo que me ocupa ahora.

Por esas fechas yo jugaba en la plaza del pueblo con los otros críos del pueblo. No era el más fuerte, pero demostré tener una buena actitud para el estudio de los dogmas. O eso creyó oportuno el que se convirtió en mi mentor. Así se me inculcó la disciplina que mi padre no me pudo dar, que fortaleció mi carácter al igual que mi fe fortaleció mi voluntad. Así pasé gran parte de mi infancia.

Y cuando cumplí la mayoría de edad en apenas unos meses comencé a lanzar los hechizos más sencillos y a ayudar en los oficios que ejercía mi mentor. Para la llegada del invierno, cuando nuestro caudillo regresó de las campañas de verano, cargado con víveres y tesoros más que suficientes para sobrepasar el invierno, que fue de los más clementes que vio nuestra ciudad en años.

Gruumsh estaba contento con nuestras conquistas, y mi padre orgulloso del rumbo que había tomado mi vida, así que me instruyó en el uso de varias armas y armaduras, así como en el domino de la lanza. En ese momento tomé mi voto de guerra, llevando la furia y el castigo a todas esas razas que usurpan las tierras que pertenecen por derecho propio al Dios Tuerto. En ese momento comencé un duro entrenamiento para llevar mi cuerpo a la perfección. Con la disciplina aprendida, mis músculos cogieron fuerza y volumen, hasta llegar al punto de ser la perfección física de los orcos. Sería el mejor guerrero de mi señor, así como el portador de su palabra.

A mediados del invierno ya oficiaba mis propias misas y tuve el honor de ser quien casó a mi hermana con un joven cabecilla de una de las tribus conquistadas durante el verano, y anexionadas a nuestros territorios. En ese día, y sin saberlo, salvaba la vida de mi hermana destinándola a vivir lejos de su familia. El resto del invierno fue un incremento exponencial de las tablas de ejercicios y los deberes para con la iglesia.

No tardó en llegar la primavera y con el florecer de los campos lo hicieron los campamentos de guerra, un año más, los tambores de guerra resonaron por toda la cadena de montañas. Nuestro caudillo empuñó su afamada hacha y guió a su horda por los valles, su buena racha continuó durante toda la campaña de primavera, tomando para si gran cantidad de tierras, sin duda se convertiría en un gran rey orco. Entonces, El Que Nunca Descansa le dio su justo castigo por no haber sido agradecido.

Dando comienzo los problemas de abastecimiento, eso hizo que nuestro caudillo se viera forzado a ralentizar la marcha de sus conquistas. Aún así mi generación hervía por entrar en batalla, eran jóvenes, listos para la batalla, ansiosos de gloria y necesitaban un faro de fe. Así que mi mentor y yo guiamos a estos jóvenes guerreros al frente.

Al poco de nuestra llega el avance se renovó y la furia de la horda hizo temblar nuevamente los reinos vecinos. Pese a que en esta ocasión solo fui un curandero, participé en un par de refriegas de pacificación pero sin llegar a entrar en batalla. La proximidad de la lucha aceleraba mi pulso, mi bautismo de guerra estaba cerca.

Al final del verano nuestras tribus eran un reino, la comida sobraba y por muy crudo que fuese el invierno teníamos reservas para más de un año. Pero eso no era suficiente para el ansia de conquistas despertada. Así que nuestro caudillo empleo los meses de otoño para poner en jaque a las defensa de un reino élfico. Su plan consistía en aprovecharse de la mayor resistencia al frió de nuestra raza y beneficiarse de las reservas sobrantes.

El plan funcionó, hasta que a mediados de invierno se perdió un asedio crucial. Uno de sus mejores generales pereció en él, así como una gran cantidad de orcos, por no mencionar el material de asedio. Viendo esto, nuestro caudillo fue en persona, y con él, mi padre y mi hermano… aquí es donde mi padre perdió la vista… tuvo que volver a su tribu natal. Por orden de mi mentor lo acompañé hasta el hogar y cuidarlo mientras sus heridas se cerraban. Durante seis meses más, mi padre me transmitió toda su sabiduría acerca de las cuevas y las rocas. Así tome mi segundo voto, el del cavernario, conociendo hasta el mas mínimo detalle de nuestro ancestral hogar. A la primavera siguiente, mi mentor me llamó a filas, tomé el arma familiar y marché al frente de los guerreros sedientos de sangre y gloria.

El invierno había sido duro y la guerra no marchaba demasiado bien, parecía que el ojo del Tuerto miraba para otro lado y abandonaba a sus hijos. Aun así el genio del líder militar suplía tales fisuras. Además, la llegada del verano supuso otra generación de jóvenes listos para la guerra y guerreros recuperados de sus heridas. Los refuerzos, entre los que me encontraba, dieron el toque de gracia a la situación y las victorias se sucedieron hasta el último valuarte élfico, escondido en lo más profundo del bosque. Las batallas dieron paso a un juego de guerrillas, que apenas pudo ralentizar el avance de la horda. Y en el albor de la que sería la última batalla, mi mentor decidió que ese sería mi bautismo de fuego.

Había llovido durante la noche anterior y la maleza mostraba todo su esplendor, pero ni un solo animal salvaje daba muestras de vida. Yo marchaba orgulloso con mi mentor con una avanzadilla que debía cortar la retirada de los elfos. De pronto, salida de la nada, una ráfaga de sombras golpeó a ambos bandos… a día de hoy sigo sin saber qué fue lo que sucedió… sonó la orden de retirada… corrimos y corrimos, mi mentor y unos pocos decidieron cubrir nuestra retirada, ellos nos salvaron… Gruumsh los acoja en su seno… En el caos de la batalla y desnortado, me perdí, y acabé huyendo y luchando contra las sombras mano a mano con un elfo… ninguno de los dos alcanzamos a alguna de esas cosas… seguimos huyendo. Al caer la noche caímos desplomados por el cansancio.

Al amanecer, cuando recuperamos la conciencia, nos arrastramos hasta el campo de batalla, rebuscamos entre los restos. Ambos perdimos mucho aquel día, pero lo más escabroso fue descubrir que los supervivientes habían sido tomados como rehenes. El elfo y yo seguimos el rastro durante días hasta que se perdió en la nada. Allí nos separamos, prometimos buscar al otro si descubríamos algo que explicase lo que había sido eso, o de los desaparecidos. También juramos vengar a los nuestros, pese a que tuviésemos que luchar juntos otra vez. Luego busqué el templo más cercano de Gruumsh, cumplí penitencia por haber colaborado con un elfo y luego partí en busca de mi hermano desaparecido.

Por si os lo preguntáis, la última vez que vi a mi mentor, fue en la pira en la que di descanso a todos los orcos caídos. Allí tome su armadura, ya que ahora su sabiduría no me podía ayudar, que fue el único legado que dejo. Pese a que estuviese muy dañada, cuando me lanzaba al combate me protegía con más ahínco.
Mi madre recibe una misiva periódicamente para que sepan que sigo con vida. Así podrá leérsela a mi padre. Me alegro de haberle enseñado a leer, ahora podrá hacer lo mismo con mis nuevos hermanos. Las ultimas cartas de mi madre hablan de un nuevo caudillo, y que el reino que mi padre ayudó a crear se resquebraja cada día. Espero que no le suceda nada malo…

Algún día, tendré que contarle a mi hermana toda la verdad. Pero ella me recuerda ungido en gloria, y hasta que no la recupere, no cesare.

Y otra cosa que he aprendido, y Gruumsh me perdone, es que he de colaborar con otras razas para llevar acabo mi venganza.

Bien, parece que han sido decenas de años las que han pasado desde la última vez que escribí en este grueso volumen… pero pese a ello apenas han sido dos largos años. ¡Aaaah! Cuanto he de agradecer a mi querido Señor Tuerto esta voluntad férrea. En este lapso de tiempo he viajado mucho, hurgado en heridas que no terminan de cicatrizar y descubierto que sólo una fuerza pudo acabar con ambos ejércitos de aquel modo. Mucho he aprendido sobre ellos y cuanto más sé, más temo que lo que presencié fuera el castigo por la insolencia de un bravucón con demasiado poder.

Sí, he descubierto que los demonios de aquella noche eran eso, demonios… un buen grupo de unas criaturas llamadas “babau”, rápidas y sigilosas. Supongo que luego arrastraron a los supervivientes hasta algún punto, donde fueron llevados a alguna de las capas del Abismo y probablemente convertidos en manes o lemures… o quizá se apiadaran del grueso de los guerreros y les permitieran conservar su forma… aunque lo dudo, lo más probable es que no sea eso.

Saludos diario, seis largos meses desde la última entrada… que se caracteriza por su brevedad; espero que esta vez sea algo más concisa. Tras un profundo estudio de las escrituras y leyendas de mi pueblo y de algún otro, he descubierto que mi teoría del castigo divino es errada. Gracias Gran Padre por cuidarnos. Nuestro Padre puede ser estricto y llegar a castigarnos, pero no de esa manera, si no, ¿cómo aprendería la lección el ofensor? Pero estas reflexiones de teología no vienen al caso, así que, como clérigo de un dios vengativo, he de portar su venganza y la mía propia. Así tomo las armas, así comienzo una cruzada por la venganza, sin importarme el plano del que proceda esa criatura, mi lanza probará su sangre; hasta los archidemonios pueden sangrar.

Diario: Esta vez sí, esta noche he tenido unos extraños sueños. Cierto es que ansío la gloria y la victoria, pero estos sueños eran demasiado claros… Me veía al frente de cientos de guerreros portando la ira de El Que Nunca Descansa. Acaso mi señor me ilumina ahora que he descubierto la verdad, o es una simple jugada de mi mente. No, no debo suponer. Si me sumerjo en un mundo de fantasías, fracasaré en mi misión. Han sido unos días duros, es la falta de sueño.

Diario: Apenas han pasado unas semanas y los sueños cada vez se repiten con más frecuencia e intensidad. No me hace falta soñar con dirigir una horda para desear llevar a mis hermanos a la victoria, es algo que tengo claro que quiero hacer. Pero, ¿por qué mi mente parece no entenderlo?

Diario: Han trascurrido ya varios meses y esas ensoñaciones aumentaron de intensidad y disminuyeron de una manera bastante aleatoria. Pero hoy, en medio de mis oraciones matinales, vi el porqué. La ensoñación me golpeó con la fuerza de un martillo de guerra, esta vez vi cómo se abría el plano, ahí estaba yo en la batalla, al frente de un gran ejército, pero yo no lo guiaba, sólo lo ungía de la fe necesaria. Al frente, un orco de poderosa estatura nos guiaba, luchaba como un rey de leyenda, a cada uno de sus golpes caían varios enemigos. Creo que esto convierte los simples sueños de grandeza en una visión.

¡Oh! Han pasado ya unos meses, diario. He comenzado la búsqueda de ese campeón divino. Ha sido algo infructuosa, he derrotado ya una buena caterva de falsos pretendientes. Puede que me confunda en cómo debo seleccionarlo, pero desde que comencé mi busca las visiones han desaparecido. Bien, al menos ahora no viajo solo y un puñado de peregrinos viaja a mi lado. Es mucho más agradable y facilita los trámites con esos grupos de aventureros novatos que creen que orco es igual a monstruo estúpido, y deciden truncar nuestras vidas. Gracias a su participación, mis peregrinos han podido equiparse algo mejor.

Diario: Vuelvo a ti una vez más para dejar constancia de mis acciones y que, al menos, éstas no caigan en el doloroso olvido.
Un temporal y un terraplén embarrado nos condujeron a la antigua tumba de un rey orco. La regia construcción nos cobijó de la lluvia y el viento. Con algo de esfuerzo y guiado por algo que nublaba mi razón y respeto a mis caídos, abrí las puertas del túmulo. Un fuerte olor a podredumbre colapsó mi olfato, aun así, prendí una antorcha. Ante mi, los mosaicos de la vida de aquel antiquísimo rey se mostraron igual de vivos y ardientes que el día de su creación. Caminé por sus majestuosas salas, enterrado con sus hombres que cayeron a su lado. En runas resaltadas en oro se leía su gloriosa vida, cómo la envidia de los humanos lo llevó a la guerra una vez más y cómo su reino fue devastado y cubierto por la sangre de ambas razas. De cómo él y sus fieles guerreros lucharon hasta su último suspiro, para que unos pocos pudieran huir y así salvar el recuerdo de lo que fue el hogar de los hijos de Gruumsh. Esos pocos supervivientes cogieron los restos de su rey y en volandas lo condujeron al que sería su último hogar. Lejos de la tierra que amó, en la que vivió, por la que luchó y en la que atado a su estandarte, de pie y desafiante, exhaló su último aliento.

En ese momento como si de una maza se tratase tuve la visión de cómo llegar a su sepulcro, cómo evitar la infinidad de trampas… cuando volví a la realidad, me hallaba postrado ante el sarcófago del gran rey Krummnirg, El Grande. Con un título simple pero evidente fue enterrado este héroe de leyenda. Rápidamente te tomé, diario, y transcribí en las últimas páginas su historia. No sé cuánto tiempo pasó, pero sé que poco después de acabar, temblando de frío, sobre un charco del agua que me empapaba, al entrar en la tumba te cerré, alcé la vista hasta el rostro de piedra del sarcófago que se elevaba frente a mi, lo miré fijamente a los ojos y la antorcha se apagó.

Ahora la estancia se iluminaba tenuemente por la luz que emanaba un estanque de aguas cristalinas a mi espalda. Me erguí en silencio y caminé hasta su borde. No era muy profundo. En él, reflejando la azulada luz que emanaban las aguas, como deseosa de ser empuñada de nuevo, descansaba una lanza. A su vera, roído por la furia de la batalla, un estandarte. Con mi torpe mano interrumpí la calma de las aguas mágicas, cogí con fuerza el asta de ambos y los hice emerger. Mientras el aceitoso líquido resbalaba entre mis dedos, perdí de nuevo la consciencia.

Me despierto al día siguiente rodeado de mis peregrinos, febril, y con un frío que cala mis huesos, aún ahora agarro con fuerza las astas. Mis buenos peregrinos cargan conmigo por los maltrechos caminos. Los humanos rechazan ayudarnos o cobijarnos, la furia del invierno se desata sobre la que parecía una condenada compañía. Nos cobijamos en una cueva… el viento invernal ruge con ira fuera, una terrible nevada implacable amenaza con cubrirlo todo de muerte helada. Con mis pocas fuerzas y cerca del poco ardiente fuego, alzo una oración a mi patrón. "No me dejes que falle, dame la fuerza para acabar tu misión…" El frío comienza a nublar mi mente, noto cómo lentamente me deslizo por las astas de ambos objetos que siguen con firmeza entre mis dedos. Mi rodilla se hinca en el suelo, dos lastimeras lágrimas de amarga derrota recorren mi rostro. Entonces, y pareciendo que Gruumsh se apiada de mi y me permite morir en batalla, algo o alguien ataca el campamento. Por primera vez en días dejo a un lado el maltrecho estandarte.

Aferro con ambas manos la lanza, me alzo conocedor de mi destino, las mantas acarician mi espalda como los cabellos de la amada antes del adiós del amanecer, camino con paso firme. El viento hace que mi pelo ondee, noto cómo el frío metal del ojo de mi Padre se mueve levemente sobre mi pecho. El frío de la noche golpea mi rostro, trata de cortarlo como un centenar de cuchillos; aun así no es suficiente, mi nariz ya huele la sangre fresca de la refriega, cuando salgo de la cueva la luz de las hogueras proyecta mi sombra, mis pobres seguidores yacen derrotados, como el estandarte… El pequeño grupo de enanos se gira para encararme. Son robustos y bien equipados, apenas han recibido rasguños. Se abalanzan con sus hachas en alto. Alcanzo al primero, noto la cálida sangre salpicar mis manos. Cae sosteniendo sus tripas con cara de atónito dolor. Doy una segunda lanzada. El buen acero enano no puede resistir la potencia de mis enfermos brazos. Aun así, aferra mi arma, la desliza por su abdomen y trata de golpearme con su hacha para llevarme con él. Una patada lo hace retroceder. Mi arma vuelve a estar libre. Cojo por la cabeza al tercero y guío mi arma por su cuello. Mis piernas se tambalean, mis últimas fuerzas comienzan a extinguirse.

Un aullido, propio del joven guerrero, rasga la noche, me llena de fuerza. Si he de caer que sea sobre los cadáveres de mis enemigos. Dejo la trabada lanza en el enano y propino un cabezazo que deforma la protección nasal del yelmo enemigo. Éste cae de espaldas gritando de dolor. Derribo al último de ellos, con su hacha parto en dos el pecho del que cayó boca arriba, dejo que mi peso haga de presa, poniendo mis rodillas en los brazos del último enano, ahora a mi merced. Le quito el yelmo, descargo mis puños, primero hasta que duelen por el frío, luego por los golpes y paro cuando dejan de doler… dormidos por los huesos molidos.

El aullador de guerra corre hacia mí dejando a un lado su emotiva canción. A su lado, fuerte, alto y con pose arrogante un guerrero orco. Es veloz, llega antes de que me desplome. Aferrando su mano, sólo puedo decir:

-Ahora caigo sobre el mejor de los lechos: los cadáveres del enemigo derrotado.

Pero en mi rostro ya no hay lágrimas, sólo la sonrisa del que sabe que ha cumplido.

No sé cuanto tardé en recuperarme, pero me despierto cubierto de mantas, en una cálida cueva, una hija Luthik me había atendido todo este tiempo. Con más fuerzas que nunca, me pude reincorporar, rezar agradecido y evidentemente, agradecer al templo que me cuidase. Al poco conocí a los muchachos que salvaron mi vida y la de mis peregrinos aquella fría noche, que ahora queda tan lejos. Les conté mi causa y al parecer había acabado con un grupo de enanos que mermaban y guerrilleaban contra el templo y el pequeño poblado de su alrededor. No sé porqué, pero fui bendecido una vez más con más buenos seguidores, pero esta vez los hermanos Urg´narg caminaban a mi lado, un aullador de guerra y un valeroso berserker.

Fueron ellos los que me hablaron de unas lejanas tierras en las que los hombres odiaban a los elfos. Y así decidí dirigir mi búsqueda a esas tierras. No sin antes contar la historia del rey olvidado y remendar el estandarte para una nueva era de gloria para él.

Y así una vez más, los hijos de Gruumsh marcharon a hacer frente a su destino. Esto lo escribo desde el barco que nos lleva a la tierra donde los humanos parecen tener algo más de cordura.

¿Llevaré a cabo mi venganza?
¿Es el principio de una larga y lenta recuperación de lo que es nuestro?
No lo sé, sólo sé que mi benefactor quiere que viva al menos hasta la próxima batalla; sé que porto el orgullo del pasado de mi raza renovado. Y que el que ahora es mi acero brilla con la fuerza de la mirada de un señor de la guerra.

Temblad infieles, pues Thokk Sgriknack, clérigo de Gruumsh marcha a su inevitable victoria. Pues, consiga mi misión o caiga en ella, será la voluntad de mi Padre y Señor. Y morir en batalla sólo es un trámite para ir a su vera. ¿Qué más da el final de mi búsqueda si lo que importa es el querer llevarla acabo? Ésa es mi última revelación.

Thokk Sgriknack.

domingo, 10 de agosto de 2008

La luna y la daga. I

El rechazo

            El concilio de brujos se hallaba reunido en torno al vidente Biel-Eltnail. La situación era complicada y la inminente batalla necesitaría del mayor poder que podía ofrecer el mundo astronave de Biel-tan, debían despertar al avatar. Ahora tenían que debatir quien sería el joven rey.

            Eltnail, creo que el más adecuado sería Altheniar, ese joven tiene demasiada rabia interior y, habiendo completado la senda del escorpión asesino, no sería bueno que medrase más o iniciase otra. Es vulnerable al caos.
            —Sólo es un joven con ardor guerrero —protestó la joven aprendiz Biel-Nathei.
            —Y vuestro amante, ¿o acaso creéis que el consejo no lo conoce? ¡Por el amor de Asuryan, lleva tatuados los versos de venganza de Khaine! Está condenado a traspasar el límite. Ésta es la forma de que al menos muera con honores.
            —Está bien, así será. Y tú, Nathei, no debes dejarte influenciar por los sentimientos.
            —Pero padre...
            —Ahora no soy tu padre, soy el vidente que vela por este mundo astronave. Sabes que debes aprender a diferenciarlo. El no hacerlo te vuelve débil.

            La noticia se hizo llegar al joven Altheniar que, privado de tiempo para despedirse, caminó vestido con la túnica del joven rey. La rabia galopaba por su sienes, azotado por el dolor y un regusto a traición que tapaba su ungimiento... ¡vaya un falso honor!

            Entró en la cámara y tras él se cerraron las puertas. Hacía un calor asfixiante. Caminó con paso firme por una estrecha pasarela; bajo ella un lago de metal fundido, enfrente el trono desde donde el avatar lo miraba inquisitivamente. Terminó la pasarela, caminó hasta el avatar e hincó una rodilla en el suelo, ofreciendo su arma, mirando al suelo. El calor evitó que una lágrima mojase su rostro.

            —Levanta, Altheniar. Y muéstrame esos tatuajes que te condenan a esta muerte.
Sorprendido, Altheniar mostró su pecho.

            —Oh, ¿cómo la mejor de mis poesías puede ser tan letal como mi espada?

            La voz del dios resonó jocosa y llena de un poder sin límites, sus ojos brillaban como ascuas en la noche. Acercó su mano ensangrentada al pecho del Eldar y grabó con sangre runas de odio en su pecho. Un dolor indescriptible lo obligó a curvar su espalda. Como una res marcada con el duro hierro, se desplomó dolorido.

            —Podría tomar tu alma y caminar a la batalla pero tengo algo más grande para ti. Sal, vive, y dile a esos cobardes del consejo que hoy sólo podrán valerse de lo que les instruí. Te culparán de ello, pero no seré yo quien trunque tu futuro porque alguien te envidie.
            —Como ordenéis, mi señor, eso haré.

            Altheniar caminó dolorido por la pasarela, arrastrando su fiel arma. Mal embozado en una túnica y no sabía si maldecido o bendecido por su dios. Lo que sí sabía es que ahora sería un paria, que no volvería a ver a su amada y que sólo le esperaba la senda del vagabundo. La ira brotó de él con un grito.

            El consejo no tardó en condenarlo, fue abandonado en un mal planeta, con sólo el equipo de un explorador. Ni su espada le habían dejado.

lunes, 28 de julio de 2008

Presentaciones.

Pues, aquí, en las siempre necesarias presentaciones, dando una primera impresión a los que no me conozcáis. Bueno, habrá que darla. Este blog será donde vaya colgando parrafadas o simples entradas hablando de muchas cosas que vayan pasando o se me vayan ocurriendo. Además, así estoy mas a la moda xD. Y no, no pretendo hacerlo bien. De hecho con hacerlo es suficiente.


Ale. Ahora a cascarla.