Se acomodó sus gafas de sol y arrancó
la marcha; hacía unos meses que se había decidido a correr todos
los días —tras
buscar un terreno adecuado, pues sabía que el asfalto acabaría por
lastimar sus rodillas—.
Era una tarde realmente agradable, el
sol calentaba y una suave brisa mecía los arboles. Se detuvo a
hidratarse y vio el espectacular horizonte; el océano se extendía
eterno, con la silueta de algún barco en la lejanía y las gaviotas
volando en lo alto.
Reanudó la marcha, hoy se notaba
rebosante de energía. Comprobó sus pulsaciones y todo era correcto,
el trabajo daba su fruto y su cuerpo respondía al ejercicio. Con el
ánimo renovado por lo agradable del día terminó su ruta.
Subió hasta su piso y se dio una
placentera ducha, se vistió, mandó un mensaje por un chat de grupo
y se fue hasta la cafetería donde trabajaba una amiga. Allí hizo
tiempo mientras esperaba al resto del grupo y al cierre se fueron los
cinco camino del cine.
Subieron al coche de uno de ellos,
llegaron a tiempo de cenar y entrar a la ultima sesión. Tras la
película salieron de buen humor, se acercaron a la zona de bares
para beberse una cerveza y comentar cómo les había ido la semana.
Los primeros en irse fueron la
parejita del grupo y quien tenía el coche, ya que estaba aburrido y
el no ir a beber lo desanimó a seguir la fiesta. Quedaron quien
protagoniza el relato y su amiga la camarera. Fueron por los bares de
siempre, bebieron de más y acabaron por besarse en uno de ellos.
La fiesta siguió y el alcohol no era
suficiente; entre besos y tiros de coca acabaron en la cama. El sexo
salvaje, impulsado por la droga, los mantuvo despiertos toda la
noche.
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