Yo, Arem Holf, me comprometo a que
todo lo narrado aquí es veraz y, si algo falta a ello, es porque he
sido víctima de un engaño o mala interpretación de los sucesos.
Primera jornada
Tras varios días a lomos de mi
montura y tomando la ruta más segura, pues viajar solo implica
peligros, llegué puntual a la cita que ofrecía el Gremio de
Aventureros. Allí, sobre un antiguo templo de Tiamat, se dispusieron
un buen numero de mesas para que los aspirantes pudieran saciar su
hambre y sed.
En el centro, como corresponde, las
personalidades ilustres charlaban agradablemente. Como es de rigor me
acerqué a presentar mis respetos; allí Darren “el aventurero”
mostró su generosa hospitalidad invitándome a compartir mesa con él
y sus compañeros. La conversación fue de lo más gratificante y
ambos intercambiamos historias; como es evidente, su amplia
experiencia se hizo valer, lo que lo llevó a contar con humildad más
de una docena de anécdotas de gran interés. Creedme si digo que
quien lo escucha se queda pasmado por lo que dice.
Finalizada la buena comida, Darren
tomó la palabra —disculpad que no transcriba sus palabras, pero no
me pareció correcto en el momento—. Nos resumió que esta
iniciativa era una de los muchos planes de contingencia en caso de
que el dragón rojo volviese. Nuestro objetivo consistiría en
explorar antiguas fortalezas élficas y en ellas localizar una serie
de portales. Luego se dio paso a unas sencillas preguntas y pruebas
mágicas para separar a los capaces de los advenedizos.
Temerosos de que mi noble cuna fuese
un impedimento para el trabajo sucio del aventurero se me preguntó
si realmente creía que aquel era mi lugar. Lejos de verme molesto
—se ha de comprender al vulgo— dejé clara mi más que sincera
disposición. Después me aproximé a un aguerrido norteño —dado
que dar nombres de plebeyos confundirá al lector, los he bautizado
para facilitar su reconocimiento— que afirmaba ser un elegido del
mismísimo Odín. ¿Qué puedo decir? Era una clara señal de que
junto a él los dioses nos mirarían con mejores ojos.
El siguiente en unirse a la compañía,
que el Elegido y yo creímos adecuado formar por buenas gentes de
Orenheim, fue un bardo —Scalda a partir de ahora— que pudiese
narrar de la forma adecuada nuestras acciones. Aquí nos separamos
para cubrir un mayor terreno en la búsqueda de compañeros; a decir
verdad no encontré a nadie adecuado para lo que buscábamos.
A mi regreso se había formado un
pequeño grupo que atrajo la atención de un mancebo empolvado, esa
clase de hombre que disfruta aireando los dolores del orgullo ajeno,
quien buscaba avergonzar a todo aquel que veía. Como es evidente, no
tuvo nada que decir de mi persona, el Elegido o el Scalda, pero sí
vertió entre exageraciones lo que pretendía que fuese una
humillación pública. Esto me pareció insoportable y me vi obligado
a invitarlo a buscar otro público. Viéndose apabullado por la
fuerza de mis palabras y —digámoslo— la presión del grupo, se
plegó como quien era y desapareció con su molesta charla.
Estos hechos parecieron formar lo que
sería el grupo con el que compartiría campaña; un siervo de Pelor
expulsado de su templo por herejía —sospecho que su mayor delito
es tener una mente muy alejada de la realidad, así que lo llamaré
Ausente— un semiorco al que llamaré Bravo, pues fue capaz de
romper sus cadenas de esclavo y parece salido de alguna verbena.
Ya que esto fue demasiado sencillo,
los problemas no tardaron en llegar, un semielfo de muy al sur
—Sarraceno lo llamé— trató de engatusarnos. Poco o nada
tardamos en descubrir que, en realidad, se trataba de un elfo. Pese a
mi consejo, el grupo consideró que era más seguro tenerlo vigilado;
si se me pregunta, diré es una idea nefasta.
Cuando nos disponíamos a seleccionar
en el mapa la primera fortaleza, ya decididos por la única de
Orenheim, una daga se nos adelantó. Un hombre parco de palabras
—dejémoslo en Mudo— la reclamó para sí. Un misterioso cuervo
recogió su arma y se la llevó.
La señal era tan evidente que hasta
el Bravo fue capaz de verla; aquel silencioso individuo debía formar
parte de la campaña y de esta aventura.
Nota: La idea original, así como los personajes que no son Arem no me pertenecen. Esto la adaptación de una partida de rol.
Nota: La idea original, así como los personajes que no son Arem no me pertenecen. Esto la adaptación de una partida de rol.
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