La paredes tenían una pátina de agua
que corría por ellas para transformase en un arroyo. Había llovido
todo el día hasta el punto de desbordar los desagües de la ciudad
y, ahora, a la noche era difícil caminar sin empaparse. Algo que
acabó por calar hasta los huesos a Luther, quien se cubría con su
sombrero de ala ancha y el cuello de sus ropajes.
Durante meses había juntado pistas
para seguir el rastro de aquellos villanos, y hoy su acero traería
la justa retribución. Se deslizó entre los soportales de aquella
tierra de días tempestuosos, pasó cerca de una tasca que irradiaba
calor y las risas de quien bebe en buena compañía. Resistiendo la
tentación de calentarse, comprobó su pistola; como temía, inútil
por la lluvia.
Se acomodó los guantes hinchados por
el agua y terminó de subir la calle, giró a la derecha y buscó el
portal número siete. Tal y como esperaba, grabada discretamente en
el quicio de la puerta, se encontraba la rueda dentada de aquella
pérfida secta que había dado muerte a su mejor amigo y lavado la
mente de su familia. La habían manipulado tanto que hasta su hermano
lo hirió.
Sin embargo, hoy acabaría con todo
esto. Sería un paria para los suyos y no volvería a ver a sus hijos
e hijas, pues ese era el precio a pagar por protegerlos, mas lo
pagaría gustoso; su futuro era el mayor de los tesoros.
Con cuidado se deslizó en la casa y
subió por sus escaleras. Cuanto más se adentraba en aquel edificio
más frío notaba y más densa se volvía la oscuridad.
Abrió la ultima puerta, aferró y
giró la funda de su sable para desenvainar como el oficial de
caballería que era y se lanzó a salvar las almas de los suyos.
Muy bueno. Enhorabuena!
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