Yo, Arem Holf, me comprometo a que
todo lo narrado aquí es veraz y, si algo falta a ello, es porque he
sido víctima de un engaño o mala interpretación de los sucesos.
Quinta jornada
Tras un merecido descanso
entramos de nuevo en aquel lugar horrible; los Guardias Grises nos
negaron el acceso, pues decían que aquello era su responsabilidad
—pobres ilusos, realmente creen que Heironeus es capaz de
protegerlos, hicieron falta dos deidades mucho más fuertes para que
sobreviviésemos, solo espero que su osadía no cueste vidas
innecesarias— así que pusimos rumbo a la siguiente ruina élfica.
Antes de continuar conviene
que haga una importante anotación; Sarraceno y Mudo se nos unieron
como refuerzos, mientras que Ausente decidió quedarse con los
Guardias Grises —al parecer la experiencia cercana a la muerte lo
había marcado de algún modo—.
Nuestro nuevo objetivo era
Rockaxe —capital de Enor y hogar de mi tío segundo David Faust—.
Decidimos viajar por el oeste pasando por Muronegro; pese a que he
vivido gran parte de mi vida en estas tierras no tuve la fortuna de
visitar esta urbe, pero estaba en una de las partes más afectadas
por la lucha con el dragón así que recorrimos una tierra desolada y
triste hasta el casco urbano.
La verdad es que la cosa no
mejoró cuando entramos: edificios destruidos, otros abandonados y
una población llena de expresiones tristes —los enorianos son
recios, sin duda, pocos pueblos podrían conservar el orden tras
pagar un precio tan alto—. Nos detuvimos allí a pasar la noche y a
comer caliente; quien haya viajado alguna vez sabrá cómo se
agradece una cama y un plato de comida caliente. Kincaid y yo
buscamos un hospedaje, mientras Harald y el resto se perdían por la
ciudad.
Tras unas horas
encontramos, además de un lugar donde comer, a un mago un tanto
peculiar llamado Xian; Xian es un especialista en la identificación
de objetos mágicos. Aunque como he visto en mis compañeros, la
magia arcana corrompe la cordura de aquellos que la usan; un precio a
pagar por quienes violan las leyes de la naturaleza.
Una vez repusimos nuestras
energías seguimos el viaje hasta la gloriosa Rockaxe, el viaje fue
tranquilo, el calor del verano y sus días más largos lo hicieron
algo más agradable. Ya llegando a la capital de Enor nos cruzamos
con los Caballeros Azules, que patrullan los caminos y mantienen el
orden en general —una clara señal de que el reino comenzaba a
levantar cabeza—.
Así llegamos a Rockaxe,
una ciudad impresionante incluso en su peor momento; con la
documentación que nos facilitó el Gremio de Aventureros pudimos
flanquear sus puertas —no es de extrañar que sean tan precavidos
con quien entra y sale de la ciudad—. Una vez dentro, mientras mis
compañeros iban a sus quehaceres, me dirigí a casa de mi tío
David.
Tío David siempre ha sido
un devoto del trabajo y de Pelor; estas ocupaciones lo han llevado a
seguir soltero durante muchos años. Ahora, más que nunca, emplea
sus energías en colaborando con el culto a Pelor para reconstruir
las lineas comerciales. Además, es un gran anfitrión; estuvo
encantado de acogernos en su casa.
Allí conocí a Erika, una
huérfana de la guerra, a la que tío David —predicando con el
ejemplo, como buen devoto de Pelor— dio techo y trabajo en la casa.
La verdad es que semeja adoptada, seguramente la ve como a la hija
que nunca pudo tener. De hecho, no tardé mucho en tratarla como a mi
prima; es de esas personas que se hacen querer, supongo.
Una vez cumplidos los
deberes familiares fui a la gran catedral de Rockaxe — eregida en
honor de Pelor— a informar de que al día siguiente entraríamos a
explorar las ruinas élficas que alberga su sótano. Luego
disfrutamos de una generosa cena; Kincaid se mostraba inapetente y no
paraba de hacer preguntas sobre una jovencita que trabajaba en el
orfanato mientras esperaba ser ordenada en el culto a Pelor.
Nos fuimos a dormir pronto,
aunque sospecho que Harald estuvo hasta tarde hablando con Erika
—supongo que quedó prendado de la larga melena roja de mi prima
adoptiva—. Ya al día siguiente nos levantamos con calma, salvo
Kincaid que madrugó para comprar flores para la joven del orfanato.
Nos pertrechamos y nos presentamos en la catedral listos para actuar.
Allí se nos unió un
clérigo de Pelor —sé que son gente de corazón noble, pero no
creo que esa persona fuese la adecuada para el trabajo— llamado
Antonio. Entramos en las ruinas y al poco dimos con el portal; mas
eso fue un terrible problema. Todos los protegidos por Odín o uno de
sus hijos—véase todos menos Harald y yo, luego explicaré el
pecado de Mudo— fueron abducidos por el portal.
Harald se rodeó con una
cuerda, que yo debía sostener, y trató un rescate a la desesperada,
pero la fuerza con la que fue absorbido por el portal iba a
arrastrarnos a los dos. Tomé una decisión difícil en una fracción
de segundo; para algunos no es la más acertada por ser poco moral
—según las gentes de corazón blando que adoran a dioses como
Pelor—, pero sí la más sensata desde el punto de vista práctico.
Solté la cuerda y lo hice
porque era la única forma de poder ir en busca de refuerzos con los
que rescatar a mis compañeros. Un sacrificio no debe hacerse en
vano, sin un objetivo claro y mucho menos sin un fin elevado que
obtener; lanzarme contra el portal solo serviría para estar atrapado
con ellos y sin que nadie supiese que necesitábamos ayuda con
urgencia.
Antes de seguir haré un
apunte; Mudo cometió un grave pecado, renegar de sus dioses en favor
de Pelor —pese a las más que abundantes evidencias de que no era
capaz de proteger ni a sus más fieles seguidores, como ya conté en
la jornada anterior— por tan solo los juegos de luces que se veían
durante el culto en la gran catedral, una polilla con forma humana al
ojo de Odín.
Me puse manos a la obra.
Primero preparé un paquete con provisiones y una nota en la que
anunciaba que estaba buscando ayuda para poder sacarlos de allí.
Luego la hice pasar por el portal y escribí una carta diaria al
Gremio de Aventureros solicitando ayuda para poder lidiar con el
artefacto mágico fuera de control.
Pasaron varias semanas sin
respuesta alguna del Gremio de “Aventureros”. Por mi parte, traté
de localizar a alguien con conocimientos sobre la materia, pero fui
incapaz . La siguiente noticia que tuve de ellos me llegó desde el
gremio; al parecer, alguien quería cobrar la exploración de las
ruinas y se requería mi presencia en la sede para arreglar el
asunto.
Así que ensille mi
caballo, até los de mis compañeros, cargué sus cosas en ellos y me
dirigí a la sede gremial. Supongo que no tengo que explicar lo
decepcionante que me resultó ser ignorado por quien se atavía con
la superioridad moral de buscar una forma de enfrentarse contra el
dragón.
El recuerdo hace que me
hierva la sangre, así que el desenlace de este bochornoso capítulo
lo dejaré para la próxima jornada.
Nota: La idea original, así como los personajes que no son Arem no me pertenecen. Esto la adaptación de una partida de rol.
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