Yo,
Arem Holf, me comprometo a que todo lo narrado aquí es veraz y, si
algo falta a ello, es porque he sido víctima de un engaño o mala
interpretación de los sucesos.
Novena
jornada
Tras
los acontecimientos en el hogar de Willpath y pudiendo disfrutar de
un dormitorio que no debía compartir con mis hermanos de armas me
concedí unos días en la casa de tío David. Así, además de
ponerme al día con los acontecimientos de los últimos meses —al
parecer una fortaleza enoriana aún bajo el control de los
semi-dragones se había liberado hacía poco y aquello era la
comidilla del reino— lo ayudé haciendo de correo entre los
diferentes miembros de mi familia y, finalmente, visité a mi madre
—lamentablemente no pude ver a mi padre que, por negocios, había
vuelto a Orenheim— y a mis hermanos pequeños. Fue realmente
agradable sentarme otra vez a su mesa, tener tantas historias que
contar… me pregunto si echaré tanto de menos la aventura el día
que forme mi propio hogar. Ahora, viéndolo en perspectiva, me siento
dividido; por un lado está lo mucho que disfruto compartiendo la
mesa con mi familia de sangre y por otro la satisfacción de
compartir penurias con mi familia de acero. Supongo que Tyr tiene
algún plan para mí y, cuando llegue la hora la decisión, será
mucho más sencilla que una conjetura con sabor a nostalgia.
Pero
por lo de ahora debía volver al gremio. Aún no había cobrado el
último trabajo y ya comenzaba a necesitar algo de acción. Ensillé
mi caballo y me presenté justo a tiempo de recibir un nuevo encargo.
Darren “el abstemio” se había acercado a nuestra mesa y nos
encargó un trabajo de exploración —al parecer, tras nuestros
abundantes éxitos, el gremio había logrado conectar uno de los
portales con el punto que servía de nexo en la red de estos y como
éramos los más veteranos en el viaje por portales nos lo encargaba
a nosotros— en una ciudad desconocida donde no se sabía que podía
haber allí. Definitivamente, para no reconocer que Tyr brindaba la
mejor bendición, el gremio parece muy dispuesto a sacar todo el
partido posible a la custodia divina que siempre, y por fortuna, me
acompaña gracias al poderoso Tyr.
Antes
de viajar a lo que prometía ser un lugar terriblemente inhóspito
nos presentó a una joven semi-elfa llamada Tanit. Uso su nombre ya
que el propio Darren dio su recomendación personal sobre sus
habilidades, diciendo que era quien de desarmar las posibles trampas
que nos obstaculizasen el camino. Luego fui a pertrecharme para la
ocasión —Harald me dijo que hacía poco habían ayudado a un
herrero enano a instalarse en el gremio—, así que me acerqué a
conocer al maestro forjador y hacerme con una de sus piezas. La
verdad es que aquel enano era la encarnación de todos los rasgos que
han hecho famosos a los enanos: un carácter áspero y una forja
soberbia. Siendo sincero, la espada que compré valía hasta la
última pieza de oro, una lástima que el acabado fuese tan
convencional y poco personal; en algún momento buscaré un orfebre
que pueda grabar en ella algunas runas. Si va a ser la espada que
deje a mis hijos quiero que tenga la bendición no solo de Tyr, sino
de Odín y mis antepasados.
Cuando
ya nos hubimos equipado viajamos hasta Highorn a través del portal
en los sótanos del gremio y ya desde el de Highorn a la ciudad que
deberíamos explorar. La verdad es que, salvo una sensación de mareo
propia de atravesar estas construcciones, no sucedió nada relevante.
Así nos vimos en lo alto de una torre en la cual se encuentran
diferentes portales en sus diferentes niveles; custodiando ese lugar
conocimos a Eonus —una justancorte— que nos concedió una
estancia de un día dado que Tyr nos vigilaba.
Bajamos
de la torre y nos topamos con una ciudad prácticamente abandonada,
así que mientras buscábamos a alguien a quien preguntar
indicaciones nos encontramos lo que parecía ser una taberna. Pese al
gran espectro de seres extraños que había allí dentro, lo que más
me sorprendió fue encontrarme a un viejo conocido de Crossroads. Nos
explicó que la mejor forma de permanecer allí era lograr la
bendición de una deidad o estar acompañados por un elfo, también
se ofreció a acompañarnos por la ciudad pero sus negocios se lo
impidieron así que nos presentó a una joven llamada lady Salazar.
Con
nuestra nueva compañera —¡cómo son las cosas! Meses sin conocer
a una mujer con los redaños necesarios para la aventura y, en un
día, conocer a dos— nos acercamos a los templos; el de Pelor
abandonado cuando sus fieles se asustaron por la proximidad de unos
elfos de piel oscura, el de Heironeus cerrado y receloso de
relacionarse con cualquiera por el mismo motivo y, finalmente, uno en
honor a Bahamut que conservaba la dignidad en medio de aquel caos. A
cambio de que resolviésemos un problema que sus devotos no eran
capaces, la sacerdotisa de Bahamut nos prometió un pase para la
ciudad.
Cansado
de ser el portavoz de Tyr que acaba arreglando —y sangrando para
ello— los desaguisados acepté, pues el fin parecía justificar
aquel medio. La ciudad de los portales está dividida en porciones,
cada una de ellas separada por unos gruesos muros. Nuestro objetivo
era inutilizar unas balistas para que los siervos de Bahamut pudieran
dar muerte a los elfos de piel oscura. Así que buscamos una ruta por
la que flanquear a los elfos, para entrar en la torre en que se
habían acuartelado.
Con
la magia de lady Salazar, las bendiciones de Tyr y las habilidades de
Tanit acabamos en lo alto de aquella torre sin ser vistos, así que
comenzamos el descenso por su interior con el factor sorpresa de
nuestro lado —desde luego era el lugar menos probable por el que
recibir un ataque—. Pese a todo el combate fue encarnizado, esos
elfos de piel oscura eran capaces de crear una oscuridad tan densa
que solo algunas magias eran capaces de atravesarla. Durante el
combate Tanit fue herida de gravedad; por fortuna, el buen acero
enano agradaba a Tyr, que me permitió abrirme paso hasta ella y
poder sanarla con la magia que me concede el Dios Manco.
Tras una sangrienta
victoria en la torre pusimos en fuga a los elfos con el apoyo de los
devotos de Bahamut. Luego, la sacerdotisa nos entregó un par de
brazales que servirían de salvoconducto. Con el trabajo cumplido
regresamos a la sede del gremio donde se nos pagó con pocos o ningún
agradecimiento. Total, tan solo ayudamos a sus hermanos de fe…
Nota: La idea original, así como los personajes que no son Arem no me pertenecen. Esto la adaptación de una partida de rol.
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