sábado, 25 de octubre de 2014

Dolce Vita, centro comercial

            Cristal, acero, hormigón y luces de neón. Así nos ha tocado vivir, no hace tanto que todo estaba más disperso, menos aglutinado.
            —No creo que sea el momento de un discurso sobre lo alienados que estamos —el joven sargento daba un último vistazo al dossier de la misión.
            —Con tu edad no operábamos en los cascos urbanos, han sido diez largos años —la mayor comprobó de nuevo su equipo—. Revisa siempre dos veces el material.
            —Ya lo sé, vamos a necesitar unos limpiaparabrisas en las gafas, esos viejos centros comerciales están llenos de goteras y ha llovido por la mañana —bromeó operario de pelo rubio.
            —La gafas tienen una película que hace que el agua se deslice rápidamente —le corrigió el operario moreno.
            —Dejadlo, estamos llegando —la mayor amartilló su arma.

            El transporte se detuvo tras el cordón policial y la escuadra se desplegó. Entraron por un punto ciego de las viejas cámaras de seguridad y avanzaron en sigilo por los pasillos abandonados del centro comercial. En lo que había sido una tienda de muebles, los terroristas —o supuestos terroristas, hacía tiempo que esa diferencia no era importante— habían echo su acuartelamiento y retenido allí a los rehenes.

            —Recordad, ráfagas cortas y controladas — dijo la mayor antes de llevar su dedo al gatillo—. ¡Asaltad!

            El tiroteo duró unos pocos segundos y la operación algo menos de veinte minutos, la mayor parte de ellos caminando por los pasillos desiertos, llenos de suciedad y goteras. Volvieron a su transporte dejando cadáveres e inocentes confusos aún atemorizados por sus secuestradores.

            —Cristal, acero, hormigón y luces de neón. Así nos ha tocado vivir, teniendo las llaves del paraíso y prefiriendo usarlo de estercolero. No hace mucho, la gente creía que la tecnología nos salvaría.
            —Hoy nos ha protegido, mayor.
            —¿Tú crees, sargento? 

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