jueves, 17 de febrero de 2011

Beso Prohibido II

            El mecanismo chasqueó y el tambor se alineó con el cañón del arma, el hombre levantó lentamente el arma con una sola mano, buscando ofrecer sólo el perfil respecto a su objetivo. Deslizó un dedo helado sobre el gatillo y tiró lentamente de él. 
           —¿Por qué debería perdonarte?
           —Dispara, eso no cambiara nada —replicó el muchacho de cara aniñada, piel pálida y pelo negro.
            —Estás loco, te crees un demonio, pero no pienso ir a la cárcel por asesinato.
            —Entonces baja el arma.
            —Que no quiera matarte no quiere decir que te deje corretear libremente, puedes ser peligroso. Estás loco ¿Recuerdas? 
           —Comprendo... bueno, ¿puedo hacer yo una pregunta?
            —Ya la has hecho. Pero, sí, hazla.
            —¿Por qué, si no crees en estas cosas, aceptaste darme tu alma a cambio de la verdad?            —Quería comprobar como de loco estabas.

            El muchacho sonrió de lado y caminó lentamente en círculos.

            —No lo creo, estás firme, tener un arma cargada te tranquiliza. Pero me has creído.
            —¿Y qué si lo hice? —preguntó el hombre.
            —Nada... tu gusto por la violencia ya me alimentaba antes, ahora lo hará de un modo más directo.
            —Cállate anda, has estropeado la noche.

            El muchacho caminó hasta el revolver y apoyó la cabeza en el cañón.

            —Bueno, no soy yo el que ha sacado un arma —dijo el muchacho.
            —Puedo preguntar ahora yo algo.
            —Lo has afirmado, pero... pregunta —la cara aniñada mostró una sonrisa.
            —Si tan fácil te resulta tentarme o tan bien me conoces... ¿Cómo no supusiste como reaccionaría?
            —Sí —deslizó su mano sobre el cañón taponando la salida y lo apartó de su cabeza—. Dispara, no tienes que perder.

            Una fuerte deflagración resonó en la estancia. Para asombro del hombre el muchacho salturreaba en el sitio aferrándose la mano con la otra mientras le soplaba.

            —Escuece... je, je, je —luego comenzó a reírse.
            —¿Qué... qué es lo que quieres?
            —Bueno, tu alma, pero también necesito de tus contactos. Te he contado la verdad lo cual tiene el coste de tu alma, que como sabrás es energía que ya se perdía. Pero por tus contactos... ahí es donde se inicia la negociación.
            —Comprendo —atinó a decir todavía boquiabierto el hombre.
            —Este es el trato: tú te piensas que me pedirás y yo me dejo aquí una carta con el uso que voy a dar a tus contactos.

            El muchacho pronunció unas palabras y tras un destello desapareció de la estancia. El hombre se llevó la mano libre a la cabeza y entonces se percató de que tenía entre los dedos un trozo de papel.

            No debía volver a fumar tanto.

1 comentario:

  1. Ala, está interesante el personaje diabólico. *o* ¡Tienes que seguir con ese relato, no quiero creer que ha sido todo una ilusión por culpa de fumar! D:

    ¡Te sigo!

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