viernes, 5 de septiembre de 2008

La herencia perdida

Capítulo 1: La andadura.

Había llovido toda la tarde y no parecía que fuera a cambiar en lo que quedaba de día, pero aun así Grimor esbozaba una sonrisa mientras caminaba a la luz del atardecer entre los árboles del bosque.
Grimor era un enorme semiorco, con la espalda de dos bueyes, brazos del grosor de un buen jamón y su imponente estatura se veía coronada con una larga melena negra recogida en un par de trenzas cortas en las sienes y el resto mecida por el viento… bueno, ahora empapada en agua. Vestía una humilde ropa de montaraz roída por el exceso de uso y cargaba una mochila grande, sobre ella un petate con su armadura. Cruzando su espalda un gran hacha y un hacha doble orca, ambas runadas en orco. Se abriga del frío con una pesada capa de pieles, cubre sus antebrazos con unos pesados brazales y sujeta sus pantalones con un enjoyado cinturón ancho del que pende su vieja y fiel daga.

Se encuentra de camino al poblado de leñadores. Si nada se interpone en su andanza llegará con el despuntar de la noche, aunque con la lluvia que cae puede que se encuentre con algún corrimiento de tierras o algo similar. No es que importe demasiado pero no tiene ganas de hacer algún esfuerzo y menos de salvar un barrizal o un árbol caído. Está cansado y pese a que su rostro refleje la sonrisa del victorioso o autosatisfecho se derrumbaba por dentro. No es porque tenga una mala racha ni por el hecho de tener que caminar solo por un bosque perdido de la mano de los dioses, sino por el hecho de que no hay nadie esperándolo, que su “mejor” amiga sea un pedazo del mismísimo mal con forma de espadón y voluntad propia, que revolotea a su alrededor lanzando palabras hirientes de manera constante, la única con la que puede conversar y lo peor de todo: va con retraso.

Descendiente de un glorioso linaje… por no decir fecundo… Grimor Bloodfits no tiene nada que no sea lo que porta, eso para ser el supuesto heredero del gran caudillo interplanario Gurzal Bloodfits de los 100 retoños, un reverenciado astuto y gran estratega orco de montaña... no es mucho la verdad. Este título es el que su tataratataratataratataratatarabuelo odió en vida, al igual que hizo con el centenar de “pequeños” problemas que se lo habían propiciado. Aun así siempre fanfarroneaba de lo viril que era… bueno... que fue, incluso después de haber perdido el control de gran parte de la horda que heredó a manos de su propio hijo. El antepasado de Grimor, Krugzor el primero del centenar, un poderoso y furibundo orog, mitad orco, mitad ogro, derrocó a su padre con sucias tretas, para finalmente alzar en armas a los millones de orcos que lo seguían y conquistar un mundo para él solo.

Krugzor el primero, como le gustaba llamarse, afirmaba que un centenar de reinos en un centenar de planos estaba bien si tenías un centenar de herederos; plan original de su padre, pero un mundo para un único heredero digno, era mucho mejor. Así, portando el estandarte del clan más temido y respetado de los planos, marchó a su plano natal, donde su linaje era bien querido. Allí el último de los que se negaron a seguir al maléfico Krugzor se enfrentó a él en una guerra brutal y sin cuartel. La guerra devastó medio continente, ambas facciones asolaron reinos de todas las razas, cubrieron hectáreas y más hectáreas con sal, para así no dejar nada útil a su enemigo en un desesperado intento de frenar su avance, y lo que en el pasado fue un idílico reino de paz y prosperidad se convirtió en el baluarte inexpugnable del temido señor de la guerra Krugzor.

Harto de no hacerse con la victoria final, tras meses de tira y afloja con las fuerzas de su hermano Brozcal, imploró a los dioses el poder necesario para lograrlo. Estos maléficos dioses vieron al perfecto elegido, que tomaría en su nombre un planeta entero, haciendo reinar su fe, dando un gran poder a su panteón. Accedieron a darle una gran fuerza y residencia a su ungido, así como la sabiduría e inteligencia propias de los dioses. Ahora, rebosante de poder encabezó su gran hueste a la batalla; los últimos defensores humanos y resquicios de las fuerzas de Brozcal huyeron a las montañas. Allí los enanos los dejaron pasar para cerrar tras ellos sus pesadas puertas, sellando el paso a los últimos reinos humanos. La horda llegó a las puertas de los enanos, que ahora se arrepentían de que haberse negado en el pasado a ayudar a los humanos, orcos y elfos en su guerra por mera xenofobia. Ahora apenas podían asomar la cabeza. Aun así, plantaron cara al destino con estoicismo, esperando poder al menos resistir lo suficiente como para ser el punto de inflexión de la guerra.

Tras unas semanas, al alzarse el sol, un mar verde hasta donde alcanzaba la vista esperaba a las puertas del reino enano hasta el momento invicto, en oposición a las pequeñas fuerzas que los comenzaran a asediar. Ese día, la guerra total se extendió por toda la red de túneles enanos. Durante meses se sucedieron las escaramuzas por los intrincados pasillos de las montañas, pero el desgaste moral y de fuerzas que sufrieron los enanos fue tal que su férrea línea defensiva comenzó a resquebrajarse. Entonces un grupo de curtidos y osados combatientes, capitaneados por Brozcal, dio un paso al frente, lideró la defensa del paso a los últimos reinos humanos, y con sudor y sangre rechazaron con valor a la horda invasora. Cuando un Bloodfits que siguiera al primogénito caía en uno de los asedios, su cráneo pasaba a adornar el cinturón del último descendiente bueno de Gurzal. Brozcal, considerado el más débil de la camada por ser medio humano, estaba dispuesto a demostrar ser el mejor de los hermanos vengando a cada uno de los que se atrevió a no seguir a Krugzor.

Cuando esto llego a los oídos del divinizado Krugzor se enfureció y se personó a las puertas de la última esperanza de ese mundo. Los ya más que curtidos guerreros de Brozcal habían entablado una fiera residencia a las hordas del clan Bloodfits, pero su destino estaba escrito. La batalla duró semanas, apilando los cadáveres de ambos bandos en los pasillos de entrada a la fortaleza enana. Lo estrecho del paso permitía que el número fuera de menor importancia, dando ventaja a los ya curtidos por la larga guerra. Aun así los que eran fieles a Brozcal, no podrían aguantar semejante guerra de desgaste.

Mientras todo esto acontecía en un remoto plano de la existencia Gurzal gestaba un plan para vengarse de la traición de su hijo, con la cual pensaba destruirlo y retomar el control de la horda. Tras haber pactado con uno de los diablos más poderosos del abismo: “Que toda alma de un traidor que yo o mis guerreros liberemos de su cascarón mortal será para vos” y para asegurarse que no sería traicionado añadió “Y si cualquiera de los míos o yo mismo traiciona al clan Bloodfits sea ése su castigo”. Recibió a cambio el poder necesario para enfrentarse al traidor de su ralea. Pero obviamente había sido engañado, puesto que ambos bandos traicionaban a la unidad del clan dándole así todas las almas que necesitaba el diablo para forjar un arma destinada a destruir a uno de los dioses más odiados por este diablo. El odio, la maldad y crueldad de miles de almas orcas serían usadas para el filo que haría vibrar los planos. Y lo alzarían como dios, pudiendo así llevar su poder hasta el infinito. Tener su propio clero, que recolectase las almas en vida, para poder hacer crecer sus huestes de diablos y marchar una vez más a la guerra con los demonios. Sólo que ahora sería para una gran victoria.

Unos días antes de la que sería la batalla final, Brozcal le pidió a su compañero, un poderoso mago elfo, que cogiese a su familia, la llevase a algún lugar seguro y salvase a sus hijos, pues él sabía que moriría, antes o después, por la que se le instruyó que era la verdadera idea del clan. Sin saberlo también salvaba su alma. Y así lo hizo el poderoso mago. Brozcal con la conciencia tranquila y sin nada ya que perder marchó a la batalla. En el último día, cuando sus hombres presentaron la más encarnizada resistencia, Brozcal sonriente dijo: “Hoy, a los honrados y valientes nos llega la hora, pero recordad que cuando se juega sucio los de honor poco podemos hacer para no ponernos a su altura, salvo luchar hasta el final y ser la inspiración para los honrados y de honor del futuro.” Sabía que su suerte estaba echada, la noche anterior su hermano había llegado al sitio y hoy lucharían a muerte, pero qué muerte más digna. Sólo pidió una cosa a los dioses de la guerra y el valor, dándole igual el que se lo diesen o no: que con su sacrificio al menos se ganase la guerra o parase. Cuando ambos líderes se encontraron a la entrada de las cuevas comenzó su desafió. El duelo duró tres días con sus noches y fue, según cuenta la leyenda, sobre la montaña de los cadáveres apilados de los guerreros caídos. Los aceros de los hermanos se cruzaron un millar de veces y resonaron otras tantas; por cada golpe una esquiva o un bloqueo, por cada paso atrás, uno adelante. Pese a lo arduo de la lucha ninguno de los dos flaqueó. Pero las heridas que sufrieron ambos fueron tales que apenas se tenían en pie en las últimas horas del duelo. Los golpes se descargaban únicamente impulsados por el orgullo de no ser el que se rindió. Aun así Krugzor era más fuerte y gozaba con la oscura bendición de sus dioses, así que consiguió asestar el golpe final a su hermano Brozcal que calló de rodillas. La tronante voz de Krugzor viendo la victoria tan próxima se alzó sobre las arengas de sus hombres:
-¿De qué te vale morir ahora, como el último gran héroe, pudiendo haber vivido como uno de mis temidos hombres?
-De que mi nombre se recuerde como el de un héroe y no se olvide como el de un tirano más.
Diciendo esto asestó un golpe que hirió gravemente a Krugzor, pero el precio fue desplomarse a los pies de su tambaleante adversario, quien lo decapitó con la fuerza de la ira. Y así Brozcal perdió el duelo, la vida y con él, todos sus hombres la esperanza.

Mientras todo eso sucedía, Gurzal viajó hasta el plano en guerra para hacer frente a su hijo. Con apenas un puñado de guerreros se abrió paso hasta Krugzor, todavía maltrecho por el duelo de hacía unos días. Sus sanadores volcaron todos sus hechizos en él, cerrando todas sus heridas excepto la última que le causó Brozcal; parecía que la ira y el odio con el que fue hecha, se negaban a que sanase. Pese a eso Krugzor se presentó a la batalla. El duelo se alargó durante días y noches, mientras ambos contendientes asestaban terribles golpes el uno al otro. Sus hombres no eran menos y luchaban entre sí con la misma ferocidad, la que sólo puede alimentar un odio irracional. Miles de almas fueron arrojadas a la terrible forja del diablo que esperaba el desenlace sonriente por el poder de las almas que iba a ligar a su arma.
Krugzor, mortalmente herido, siguió hendiendo el aire y la carne de su padre. Éste, con la fuerza obtenida del pacto diabólico, soportaba el castigo; finalmente asestó el golpe de gracia a su primogénito Krugzor, que calló desplomado y muerto a los pies de su padre. Un furibundo grito de guerra atemorizó los corazones de los que siguieron a Krugzor, si eso era el destino de su hijo, el suyo no sería mejor. En ese instante el diablo dio por cumplido el trato, haciendo que las heridas pasaran de graves a mortales. Gurzal, se desplomó perdiendo las pocas fuerzas que le quedaban sin el apoyo diabólico, y así reclamando para sí el alma de ambos combatientes.

La incertidumbre llenó a los guerreros de ambos bandos, que lucharon con renovado ahínco, para recuperar el cuerpo de sus líderes. Pero tal era el odio de padre e hijo que el diablo fue incapaz de forjar ambas almas en el mismo filo, dejando libre la del hijo por ser la más débil, ya que su verdadero poder residía en los dioses orcos. Pese a todo el diablo consiguió terminar su obra para la cual había reunido almas durante eones.

Tras la muerte de ambos caudillos los hermanos restantes formaron sus propias tribus, repartiéndose malamente el reino que tenían en ese plano y así dando por acabada la guerra, dando paso a una época de nuevas tribus y olvido de la grandeza de los Bloodfits. Los clérigos aun fieles al difunto Krugzor recogieron sus restos y los llevaron a un templo secreto donde comenzaron un lento proceso de resurrección con el que esperaban poder retomar sus planes de dominio total del planeta. Aun así, pasaría mucho tiempo antes de que el temido señor de la guerra volviese a la vida.

El mago elfo que salvó a la mujer e hijos de Brozcal creó una poderosa mazmorra donde ató a una enorme cantidad de guardianes, para que allí descansasen los restos del vengativo padre y su equipo de leyenda. Las posesiones de su amigo las llevó junto a sus hijos y se aseguró de que ellos fueran entrenados como le hubiera gustado al salvador de su pueblo. De no ser por esa profunda herida, Krugzor hubiera derrotado a su padre con toda probabilidad. Cuando se cercioró de que sus descendientes vivirían como deberían, recorrió los planos es busca de algún otro resto del antaño legendario clan. Ahora sólo era un recuerdo difuso. Ya en su ancianidad destinó un último esfuerzo a escudriñar el futuro, viendo sólo dos cosas el regreso del Krugzor y el resurgir del valeroso semiorco. Del cual ha comenzado la búsqueda para entregarle las poderosísimas armas de Gurzal.

El diablo presa de una serie de traiciones y la dura guerra de llevaba con los demonios. Perdió gran parte de su poder y estatus, haciendo que acabara por perder el arma forjada con las almas de miles de feroces orcos. Que parecía empezara a tener voluntad propia, y así manipulando a sus portadores acabo en manos de un muy ambicioso demonio, con un solo defecto, le encantaba el juego. Finalmente lo guió por los planos hasta que encontrase a alguien de la raza orca digno de portarla. Para así poder volver, ser el verdadero rey, y si podía destruir el alma de su hijo. Este descendiente digno y elegido por Gurzal, es Grimor Bloodfits. Cuando vio, su destreza con las armas y su linaje, no dudo a la hora de entregarse ante el. Para así manipular a su descendiente y terminar su venganza, y recuperar así su antiguo imperio. El arma esta convencida de que esta preparada, desde hace mucho, para devorar y destruir el alma del traidor… o eso creé ella. Pero lo que no sabe, es que en su momento no se le encerró a los dos en ella, para que no se autodestruyera.

Los hijos de Brozcal crecieron y tuvieron su descendencia así durante quinientos años, el último y más débil, un semiorco llamado Grimor, que no ha recibido nada, salvo un medallón con el símbolo de su linaje y una daga vieja. Ha comenzado sus aventuras y tras dos años de viajes, luchas y enfrentamientos desde demonios hasta dragones. Ha dejado de ser el débil crío que partió de casa. Hasta parece que la diosa de la fortuna ha enderezado sus pasos, a lo que parece un viaje interplanar. En uno de estos viajes ha conseguido las armas y armaduras con el símbolo del antiguo clan, una misteriosa espada y muchos cuentos de lo que fue su tribu. Pese a eso camina ignorante de toda la verdad. Con la intención de reunificar su clan. Él sólo sabe que su antecesor hirió de muerte a su hermano, y no el porque la tribu se dividió tanto ni lo que detuvo el avance hasta ese momento imparable de la horda. Aun así los clérigos de Krugzor no han perdió el tiempo y han finalizado su ritual, tas cinco largos siglos y muchas generaciones, han alzado al antaño poderoso señor de la guerra. Pese a todo, este ha perdido gran poder, y tiene muchas tribus que unir bajo el sangriento estandarte de su grandioso linaje. Grimor sabe que ya tenía la fuerza para reclamar su puesto en el clan y así unificarlo recuperar las tierras que se destruyeron durante aquella guerra y ser soberano, también sabe que se está calando hasta los huesos y que su espada no para de molestarle… además sus temores son ciertos: un árbol atasca su camino.
-Oye ezpada toca huevos, ¿realmente quierez que te empuñe?
-Claro, conmigo retomaras el trono de Gurzal y…
Los potentes brazos del semiorco cogieron el arma con la que seccionó el árbol caído.
-¿Por qué te empeñas en usarme para fines menores? ¡Conmigo podrías someter reinos enteros!
-Porke no zabría zer rey, ademáz, odio zometer, zi el clan ez mío, lucharé por él, pero dejaré libre al que no me kiera zeguir.
-¡Eres un insensato, tus antepasaos bramarían ante tales palabras; Gurzal tenía un centenar de reinos en un centenar de planos ¡¿Y tú sólo quieres reunir el clan, para cultivar?
-Zoy modezto, ademáz, no me guztaría zometer ningún reino… bueno a no zer ke zean malvadoz, pero como ezo ez tan sugestivo...
La espada siguió bramando mientras flotaba alrededor de Grimor.

Al fin vio el poblado, podía oler la comida recién hecha. Escarbó es su bolsillo y encontró unas piezas de cobre, un botón y algo de pelusa. Torció la cara y esperó que no tuviera que dar el botón por la comida, sino no podría arreglar su ropa elegante.
La perforante voz de la espada, ahora en su funda, resonó en su cabeza:
-No puedes pagar con botones, y eso no es ropa elegante…
Grimor ensombreció su rostro y entró en la taberna, miró por encima y vio a una hermosa mujer sirviendo las mesas, se acercó a ella y tímidamente le preguntó cuanto valía un plato de comida y una habitación. La mujer sonrió y soltó una risita:
-¡Pero si a alguien así de grande le hacen falta dos jamones!, ¿cómo me preguntas por las gachas? Y las habitaciones no son muy caras. Además, hoy me han dejado sola a mí en la taberna, así que no te cobraré si me ayudas a que no pase nada.
Y antes de que terminara la mujer, la voz de la espada bramó en su mente otra vez:
-¿Así piensas guiar una horda de orcos? Necesitarás algo de mano dura, y no ablandarte a la primera sonrisa de mujer.
Grimor sonrió y asintió con la cabeza alegremente, no era tonto ni ingenuo, pero era mucho más feliz actuando como tal.

La noche pasó con calma y una vez se cerró la taberna, la mujer sirvió un buen plato de carne al semiorco. Entablaron una larga conversación donde Grimor contó historias de dragones, demonios, paladines y magos y cómo él siempre era ignorado, pese a ser el que no temía a nada y siempre lo daba todo. Siguieron bebiendo y comiendo con alegría mientras la mujer escuchaba atónita las aventuras del semiorco. Cuando los dos ya habían bebido hasta perder la vergüenza y algo de sentido común, ella se aproximó a él para ver y acariciar sus cicatrices. Grimor se había quitado su capa y camisa hacía ya muchas horas, dejando a la vista su curtido pecho. Ella le pidió que le mostrara todas y él, sumido en una inocencia auto inducida, acabó sin pantalones. La excusa de que allí se debía de helar fue más que suficiente para llevarlo al cuarto y dejar que la pasión hiciera el resto. Grimor, mostrando una delicadeza inesperada para los de su sangre, la levantó en brazos y la llevó a la cama, donde se enamoró por unas horas de la maravillosa y voluptuosa mesonera. Las horas de noche se sucedieron y la pareja se sumió en un profundo sueño.

Cuando el ahora más feliz Grimor se despertó, vio su ropa ahora limpia secando frente a la hoguera y con todos los botones puestos. Bajó y allí se encontró a la mujer con otro hombre, pero con él no parecía estar muy a gusto, además ella tenía un ojo amoratado. Cuando éste se hubo ido, se acercó y le preguntó:
-¿Ezo lo hize yo? ¿Ké zucede?
Ella, sonriendo, dijo:
-Era mi marido, es un matrimonio de conveniencia y esto ha sido por no haberle avisado de que no iría a dormir… pero sin él no tendría qué comer ni un techo. Y tú sólo me has hecho feliz y me has dado el amor que nunca me dio un hombre. Me contaste tus aventuras y te vi como el héroe con el que siempre soñé.
Grimor frunció el rostro y musitó:
-Puedez ezcaparte conmigo, no tengo nada máz ke lo puesto, pero zi haze falta mataré un dragón para cubrirte con zu tezoro.
Ella rió:
-Cariño, tú tienes cosas mejores que hacer, yo sólo soy una simple mesonera, que dentro de poco tendrá que empezar a criar hijos.
Grimor emitió un suave quejido:
-Yo pienzo ke zólo nozotroz podemoz ezcribir nueztro deztino, ni loz padrez ni los diozes.
-Sí, pero yo sólo sé coser, fregar, cocinar y servir platos.
-Y yo no zé hacer ezo, ademaz, azí tendría algo bueno en ke gaztar mi dinero.
-Eres un cielo, pero no soy la única en esta situación. Me has hecho feliz, pero sé que harás lo mismo con la próxima que veas así… y supongo que hay menos dragones ricos que mujeres con un matrimonio de conveniencia.
-Uzzzz, zi puedo, te zacaré de akí, ez una promeza.

Se giró y subió a por sus cosas, salió de la posada y grabó en su mente para siempre a otra de sus amadas, a las que le gustaría salvar… ojalá pudiera vivir tanto como un elfo, así al menos podría reclamar lo suyo, y salvar a todas esas doncellas en apuros. Y ¿quién sabe?, hasta enamorarse de verdad… Luego, derramando una lágrima por tener otro puñal en su corazón, donde sólo cabe un mundo donde la gente puede ser feliz, siguió su camino, eso sí. Consideró que el hombre que le pega a su mujer no merece tener caballo, así que lo tomó para sí. Su siguiente destino: la capital del reino. Su “fiel” espada se pasó el resto del viaje criticándolo y procurando herir su orgullo y sentimientos.

I see U in battle.

4 comentarios:

  1. Muy largo para leer de un tiron, pero ya lo ire leyendo poco a poco.

    Da gusto leer algo tan bien escrito!

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  2. he leido más de la mitad. Pero es una lectura muy pesada.

    Como dice drichi es demasiado para leer de un tirón.

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  3. Pues después de leerlo entero, tienes un par de gazapos por ahí sueltos, perola historia me parece que tiene su potencial.

    No obstante, en mi opinión está demasiado condensada!

    Poner en antecedentes al lector con una historia tan extensa y a la vez condensada se hace pesado! Podrías hacer tranquilamente una crónica con la historia del clan Bloodfits, ya que lo que has creado da para mucho.

    Otra opción sería pasar a contar directamente la historia de Grimor, dando información sobre los antecedentes con cuentagotas... Intrigando así al lector y dejando que descubra poco a poco qué está pasando realmente.

    La verdad es que la historia en si es amena y tiene posibilidades... A ver cómo continua!

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  4. Está muy bien, yo no he visto gazapos pero si que vi algún detalle en la forma de hablar del semiorco: si no sabe hablar bien, lo lógico sería que no supiese algunas de las palabras que dice. A no ser que el fallo de pronunciación no fuese debido a una inteligencia limitada, si no a que la forma de hablar de la gente con la que se crió se le haya pegado.

    Mañana si tengo tiempo me leo la segunda parte.

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