—Nos prometieron un futuro
brillante, que estudiar sería la clave —Diana se llevó la cerveza
a los labios—. Pero lo único que aprendí fue a matar de manera
brillante —dejó el botellín vacío y se levantó a por otro.
La habitación se llenó de música
mientras ella volvía con dos cervezas frías, estiró una a su
compañera y volvió a hundirse en su sillón.
—Crecimos en una sociedad que salía
de una crisis, que recuperaba la esperanza y miraba a un futuro
incierto que comenzaba a dibujarse como un lugar mejor —suspiró
cansada—. Una búsqueda... una transformación en seres de luz,
pero solo vivíamos otro desengaño. Quedaban muchas facturas por
pagar y los acreedores querían sangre —su mirada se perdía en su
brazo de metal—. Y eso les dimos, porque el futuro brillaba con las
llamas de la decadencia. Nos fusionamos con la máquina, la abrazamos
para no morir. Nuestros miedos nos dominan, caemos en la
auto-complacencia y nos bebemos nuestras mentiras. ¡El futuro es
cromado! —exclamó sin demasiada convicción.
Sus uñas de metal habían ido aflojando la chapa que cerraba la botella con cierto descuido,
finalmente se desprendió. La botella pasó a la mano de carne y con
esta se la llevó a los labios. Mientras, su mano biónica doblaba
sobre sí misma la chapa hasta reducirla a un cuarto de lo que había
sido; con dos dedos la aplastó hasta dejarla plana.
—Esta es la buena, ya verás.
Un último pliegue la convirtió en
una pequeña pirámide, dejó a un lado su bebida y ayudándose de la
carne colocó la chapa sobre la muñeca. Estiró el brazo e hizo
puntería, la prótesis se abrió y con un golpe secó salió una
cuchilla tan larga como el antebrazo; esta lanzó la chapa contra un
tablón donde se clavó en su totalidad. Unos círculos hacían de
blanco, el impacto había quedado bien centrado y bien agrupado
respecto a los otros.
—Ahora todo eso ha terminado y nos
plateamos por qué hemos luchado tanto por un futuro que solo nos ha
entregado miseria, miseria de silicio y acero, pero miseria al fin y
al cabo —bebió un largo trago y terminó con un sonoro eructo—.
Ahora nos prometemos un futuro brillante, donde estudiar sea la
clave. Pero yo me pregunto si ese brillo será el reflejo del fuego
sobre el metal o de las luces de neón sobre la carne, o simplemente
que dé igual porque hasta que no seamos seres de luz, esos seres de
luz a los que deberíamos aspirar a ser, viviremos en un desengaño
constante; como polillas hechizadas por una luz al otro lado de una
ventana en la que no dejamos de chocar —el chasquido de su brazo al
cerrarse llenó su pausa—. Quizás solo hagan falta suficientes
muertos contra esa barrera invisible para que se resquebraje y algún
día lleguemos a esa luz para descubrir que solo era otra promesa
más —Diana se encogió de hombros y volvió a beber, esta vez se
guardó sus pensamientos para sí.
Parece que planteas el futuro de la humanidad relegado al imperio de las máquinas. Me parece que puede ser entendido en dos sentidos. O dejar que las máquinas nos ayuden en nuestro día a día como sirvientes o por lo contrario dejar que éstas tomen el rumbo de nuestras vidas dadas sus capacidades para los juicios objetivos, sin sentimientos de por medio.
ResponderEliminarPara el primer caso preveo que suceda como en los libros de Asimov, que unos utilicen las máquinas para destruir a los otros. Y en el segundo se plantea el dilema moral de si para el progreso de la civilización conviene utilizar el pensamiento moral o el objetivo.
Tal como lo planteas, el futuro aun habiéndonos "maquinizado" sigue siendo decadente, y yo creo que lo mejor es siempre que el progreso tecnológico avance en paralelo a nuestras vidas, sin que se toquen, pues si humano y máquina se juntan creo que se perderá por completo eso que fugazmente llamamos esencia del ser humano.