lunes, 9 de febrero de 2015

Diario de Avetura

            Yo, Arem Holf, me comprometo a que todo lo narrado aquí es veraz y, si algo falta a                                                                                                                                                                ello, es porque he sido víctima de un engaño o mala interpretación de los sucesos.


Novena jornada

            Tras los acontecimientos en el hogar de Willpath y pudiendo disfrutar de un dormitorio que no debía compartir con mis hermanos de armas me concedí unos días en la casa de tío David. Así, además de ponerme al día con los acontecimientos de los últimos meses —al parecer una fortaleza enoriana aún bajo el control de los semi-dragones se había liberado hacía poco y aquello era la comidilla del reino— lo ayudé haciendo de correo entre los diferentes miembros de mi familia y, finalmente, visité a mi madre —lamentablemente no pude ver a mi padre que, por negocios, había vuelto a Orenheim— y a mis hermanos pequeños. Fue realmente agradable sentarme otra vez a su mesa, tener tantas historias que contar… me pregunto si echaré tanto de menos la aventura el día que forme mi propio hogar. Ahora, viéndolo en perspectiva, me siento dividido; por un lado está lo mucho que disfruto compartiendo la mesa con mi familia de sangre y por otro la satisfacción de compartir penurias con mi familia de acero. Supongo que Tyr tiene algún plan para mí y, cuando llegue la hora la decisión, será mucho más sencilla que una conjetura con sabor a nostalgia.

            Pero por lo de ahora debía volver al gremio. Aún no había cobrado el último trabajo y ya comenzaba a necesitar algo de acción. Ensillé mi caballo y me presenté justo a tiempo de recibir un nuevo encargo. Darren “el abstemio” se había acercado a nuestra mesa y nos encargó un trabajo de exploración —al parecer, tras nuestros abundantes éxitos, el gremio había logrado conectar uno de los portales con el punto que servía de nexo en la red de estos y como éramos los más veteranos en el viaje por portales nos lo encargaba a nosotros— en una ciudad desconocida donde no se sabía que podía haber allí. Definitivamente, para no reconocer que Tyr brindaba la mejor bendición, el gremio parece muy dispuesto a sacar todo el partido posible a la custodia divina que siempre, y por fortuna, me acompaña gracias al poderoso Tyr.

            Antes de viajar a lo que prometía ser un lugar terriblemente inhóspito nos presentó a una joven semi-elfa llamada Tanit. Uso su nombre ya que el propio Darren dio su recomendación personal sobre sus habilidades, diciendo que era quien de desarmar las posibles trampas que nos obstaculizasen el camino. Luego fui a pertrecharme para la ocasión —Harald me dijo que hacía poco habían ayudado a un herrero enano a instalarse en el gremio—, así que me acerqué a conocer al maestro forjador y hacerme con una de sus piezas. La verdad es que aquel enano era la encarnación de todos los rasgos que han hecho famosos a los enanos: un carácter áspero y una forja soberbia. Siendo sincero, la espada que compré valía hasta la última pieza de oro, una lástima que el acabado fuese tan convencional y poco personal; en algún momento buscaré un orfebre que pueda grabar en ella algunas runas. Si va a ser la espada que deje a mis hijos quiero que tenga la bendición no solo de Tyr, sino de Odín y mis antepasados.

            Cuando ya nos hubimos equipado viajamos hasta Highorn a través del portal en los sótanos del gremio y ya desde el de Highorn a la ciudad que deberíamos explorar. La verdad es que, salvo una sensación de mareo propia de atravesar estas construcciones, no sucedió nada relevante. Así nos vimos en lo alto de una torre en la cual se encuentran diferentes portales en sus diferentes niveles; custodiando ese lugar conocimos a Eonus —una justancorte— que nos concedió una estancia de un día dado que Tyr nos vigilaba.

            Bajamos de la torre y nos topamos con una ciudad prácticamente abandonada, así que mientras buscábamos a alguien a quien preguntar indicaciones nos encontramos lo que parecía ser una taberna. Pese al gran espectro de seres extraños que había allí dentro, lo que más me sorprendió fue encontrarme a un viejo conocido de Crossroads. Nos explicó que la mejor forma de permanecer allí era lograr la bendición de una deidad o estar acompañados por un elfo, también se ofreció a acompañarnos por la ciudad pero sus negocios se lo impidieron así que nos presentó a una joven llamada lady Salazar.

            Con nuestra nueva compañera —¡cómo son las cosas! Meses sin conocer a una mujer con los redaños necesarios para la aventura y, en un día, conocer a dos— nos acercamos a los templos; el de Pelor abandonado cuando sus fieles se asustaron por la proximidad de unos elfos de piel oscura, el de Heironeus cerrado y receloso de relacionarse con cualquiera por el mismo motivo y, finalmente, uno en honor a Bahamut que conservaba la dignidad en medio de aquel caos. A cambio de que resolviésemos un problema que sus devotos no eran capaces, la sacerdotisa de Bahamut nos prometió un pase para la ciudad.

            Cansado de ser el portavoz de Tyr que acaba arreglando —y sangrando para ello— los desaguisados acepté, pues el fin parecía justificar aquel medio. La ciudad de los portales está dividida en porciones, cada una de ellas separada por unos gruesos muros. Nuestro objetivo era inutilizar unas balistas para que los siervos de Bahamut pudieran dar muerte a los elfos de piel oscura. Así que buscamos una ruta por la que flanquear a los elfos, para entrar en la torre en que se habían acuartelado.

            Con la magia de lady Salazar, las bendiciones de Tyr y las habilidades de Tanit acabamos en lo alto de aquella torre sin ser vistos, así que comenzamos el descenso por su interior con el factor sorpresa de nuestro lado —desde luego era el lugar menos probable por el que recibir un ataque—. Pese a todo el combate fue encarnizado, esos elfos de piel oscura eran capaces de crear una oscuridad tan densa que solo algunas magias eran capaces de atravesarla. Durante el combate Tanit fue herida de gravedad; por fortuna, el buen acero enano agradaba a Tyr, que me permitió abrirme paso hasta ella y poder sanarla con la magia que me concede el Dios Manco.


            Tras una sangrienta victoria en la torre pusimos en fuga a los elfos con el apoyo de los devotos de Bahamut. Luego, la sacerdotisa nos entregó un par de brazales que servirían de salvoconducto. Con el trabajo cumplido regresamos a la sede del gremio donde se nos pagó con pocos o ningún agradecimiento. Total, tan solo ayudamos a sus hermanos de fe…
Nota: La idea original, así como los personajes que no son Arem no me pertenecen. Esto la adaptación de una partida de rol.

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