lunes, 29 de diciembre de 2014

Diario de aventura


           Yo, Arem Holf, me comprometo a que todo lo narrado aquí es veraz y, si algo falta a ello, es porque he sido víctima de un engaño o mala interpretación de los sucesos.

Séptima jornada

           Una vez alcanzamos “Fuerte William” y se hicieron las debidas presentaciones se nos explicó sin mucho detalle en qué consistían los juegos para las sucesión. También indagamos por alguna forma de regresar a nuestras tierras. Tras solo recibir respuestas vagas y alguna promesa de Willpath acabamos aceptando ayudarlo en los juegos por la sucesión, aunque aquello parecía que se convertiría en una masacre.

           Nos repartirnos el trabajo de entrenarlo para ser el líder que buscaba el padre entre sus treinta y tres hijos. Nathalien lo instruiría en filosofía, pues un buen gobernante debe ser justo; el Bravo lo instruiría en táctica, pues un buen general debe ser astuto; yo lo instruí en el acero y las artes de la corte, pues un líder debe ser audaz. Mientras, Curufigüe exploraría los templos de Fharlangh en busca de una salida de aquel lugar.

           Tras los primeros días de entrenamiento comenzamos con un plan para granjearle una buena fama a Willpath, así como el respeto de quienes serían sus vecinos cuando lo pusiéramos en el poder —no nos cabía la menor duda de que así sería—.

           Para lograr esta buena fama nos hicimos con buenas sobrevestas que nos dieran una aspecto uniformado y una brillante armadura para que Willpath tuviese todo el aspecto del líder en el que se estaba convirtiendo; luego, nos enteramos de qué lugar necesitaría la intervención de un héroe.

           El condado de Balacruf, vecino del de Willcox, fue siempre un lugar de tierras negras plagadas de muertos que regresaban de sus tumbas; en otras palabras, el lugar perfecto para forjarse un nombre. Hasta allí nos dirigimos; por el camino conocimos grandes ciudades y hasta una orden de caballeros de Pelor, pero dejamos atrás el turismo para llegar al lugar más afectado.

           La ultima ciudad del condado de Balacruf tenía por nombre El Fin, donde el propio conde Azrael residía; estaba siendo asolado por una plaga mágica que hacía enfermar a sus gentes, para luego hacerlas volver de la tumba.

           Allí nos dividimos en dos grupos; Nazaliel investigó por la zona con la ayuda de Cufigüe, mientras el Bravo y yo acompañábamos a Willpath a visitar al conde Azrael. Puedo comprender que, en tiempos duros como aquellos, los modales se pierdan, mas en este caso se llegó a una falta de respeto absoluta negándonos el portar nuestros símbolos de estatus. Además, nos sorprendió una tormenta mientras nos hacían esperar en sus salas mal iluminadas.

           El dialogo duró poco y el conde aceptó nuestra ayuda, así que nos reagrupamos y comenzamos por explorar el cementerio. No tardamos en encontrar un doble fondo en una cripta que conducía a una red de túneles que conectaban el pozo del que bebía El Fin con lo que luego descubriríamos era una torre.

           En la base de esa torre dimos con un almacén custodiado por unos guardias del conde; al parecer estaban hechizados de algún modo. Tras reducirlos exploramos parte de la torre, pero un juego de ilusiones nos hizo acabar fuera de ella; además, un poderoso encantamiento la ocultaba de la vista.

           Regresamos a El Fin para planear nuestro siguiente paso. Conocíamos la fuente del problema, pero necesitábamos atrapar al autor, así que nos ocultamos en las inmediaciones del pozo y en paso inferior para sorprender a cualquier persona sospechosa; para nuestra sorpresa una marabunta de ratas se arrojó a las aguas.

           El Bravo y yo corrimos al lugar del que provenían las ratas, para ser sorprendidos por una explosión de fuego mágico —Sutr siempre se alía con los perversos—, sobrevivimos por pura fortuna, pero con Tyr de nuestro lado las heridas se cerraron tan rápido como se abrieron. Sabedores de que perseguíamos al culpable, redoblamos nuestros esfuerzos hasta la torre protegida por la magia de aquel hombre demente.

           Nos reagrupamos de nuevo y nos adentramos en la red de túneles subterráneos. Allí, aquel nigromante lanzó contra nosotros una hueste de zombis que no fueron rivales digno para nuestros aceros guiados por el Dios Manco. Finalmente lo acorralamos en lo alto de su torre. Como ya he dicho, teníamos a los dioses de nuestro lado y la justicia fue servida.

Nota: La idea original, así como los personajes que no son Arem no me pertenecen. Esto la adaptación de una partida de rol.

1 comentario:

  1. ¡Muy bueno! me ha encantado tu blog y me he suscrito a él :)
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    ¡Un saludo, nos leemos!

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