lunes, 26 de octubre de 2009

La Sonrisa del Arlequin I

I

            Los ojos de Alai-Cieln Naibel Dorin miraron fríamente a los mon-keigh capturados, la mayoría bajó la mirada, uno de ellos la mantuvo firme e impasible, desafiándole. Un segundo no apartaba los ojos de este primero. Finalmente, la pareja de marines lo miraron con odio.
 
            Alai-Cieln caminó frente a ellos lentamente, buscaba que grabaran en sus retinas su aspecto. Alto, fuerte, con una larga melena dorada que caía sobre sus hombros, ojos azules, delicadas cejas que se contraponían a lo aguzado de sus pómulos. Su boca era pequeña con labios finos y pálidos. Sus dedos eran largos y por ello parecían más huesudos de lo que correspondería a un Eldar de su constitución. Vestía una túnica bastante escueta que mostraba su pecho, le encantaba mostrar su espléndida forma física, y calzaba unas simples chanclas.

            Se detuvo frente a los marines. Aún en condiciones normales tendrían que mirar para arriba si quisieran mirarle a la cara, pero ahora los habían despojado de sus armaduras y los mantenían de rodillas con las manos inmovilizadas a su espalda.

            Alai-Cieln no alcanzaba a comprender la totalidad de los planes del vidente Alai-Fennairm pero había salvado las vidas de los mon-keigh en aquel planeta infestado de orkos, por ello ahora una cantidad ingente de vidas de esa raza se encontraban abordo. Lo único que le encontraba un valor estratégico era esa precaria navecilla donde habían llegado los marines. Pero Fennairm veía mucho más allá del común de los Eldar. Cieln podría urdir un plan intrincado pero no sabría de los giros del destino, así es que con los años había aprendido a confiar en cierto grado en sus intrigantes consejos.

            Le mantuvo la mirada unos momentos y se dirigió al marine en un Gótico rudimentario:

            —No hablo bien tu idioma, pero espero que comprendas esto.
            —¿El qué? escoria xenó —interrumpió el marine–. Que sois unos caprichosos, Fingís salvarnos para luego apresarnos, no xenó, a mi no me engañas —el enorme hombre se había incorporado.
            —Lo que veo es que tu mente esta confuso... perdón, confusa. Si quisiéramos veros muertos nos hubiéramos limitado a mirar como moríais patéticamente frente a esos orkos. Sin embargo, pagasteis nuestra ayuda con fuego de… daka daka... —el marine, preso de la rabia, trató de abalanzarse sobre el Eldar, pero el guardián que lo vigilaba lo obligó a clavar la rodilla en el suelo.

            Alai—Cieln sonrió disfrutando de la situación.

            —Suelo confundirme con el bolter de los orkos, son tan rudimentarios ambos —hizo una pausa—. Es evidente que no queréis negociar, ni entrar en razón. Miró al Eldar que los mantenía de rodillas—. Llevaos a esta escoria —dijo ya en Eldar a los guardianes.

            Cuando sacaron de la sala a los campeones del Emperador Alai-Cieln se dirigió al otro mon-keigh que mantuvo la mirada. 

            —Dime, humano, ¿también piensas que disparar contra tus salvadores era una buena idea?
            —No, al menos desde un punto de vista táctico.
            —Bien, supongo que como militar sabes lo que es obedecer órdenes.
            —Supones bien, xenó.
            —¿Tanto te cuesta pronunciar Eldar, mon-keigh? El idioma de tu raza es tan burdo y sencillo que muchos lo aprendemos como parte de nuestras sendas de la guerra, como el orko. Sencillos y carentes de vocabulario. Con la infinidad de razas que habitan la galaxia, solo tenéis una palabra... así nunca... —Dijo con fingida molestia en tono paternal.
            —Para xenó, soy tu prisionero, no alguien al que puedas aleccionar.
            —Magnífico, perspectiva... ¿quieres que vaya al lunar?
            —Se dice grano, xenó. Y sí, es lo que quiero.
            —Bien, como dije, sigo órdenes. Debes elegir quien vive y vuelve al imperio.
            —¿Donde esta la trampa xenó?, si fuese así diría que todos.
            —Puedes elegir entre los civiles, los marines o tus hombres. Si no hubieseis abierto fuego... tantas vidas malgastadas... —dijo ahogando una mezcla de furia y dolor—. Ahora mismo estaríais en Terra rezándole al emperador o esas cosas que hagáis los mon-keigh.
            —Ni los civiles ni la guardia son responsables de esa acción. 
            —Y... ¿los marines aceptarían que sus acciones condenaron a todas esas vidas? —preguntó Alai-Cieln con tono de saber la respuesta.
            —Ellos no las valoran del mismo modo, creerán que murieron por el emperador.
            —Entonces... ¿sacrificarías a los marines?
            —No puedo elegir... son demasiadas vidas... —el hombre bajó la mirada con aire derrotista.

            Alai-Cieln se irguió al ver entrar al vidente Alai-Fennairm. Este le habló en su idioma natal.

            —¿Que han elegido?
            —No se ve capaz.
            —Solo necesito unos pocos, ofrécele el sacrificio personal.
            —Como gustéis mi vidente.

            Alai-Cieln posó la mano sobre el hombro de aquel hombre.

            —Hay una opción de que salves a todos.
            —Realmente sois perversos, nos engañáis para que aceptemos vuestros planes... no me engañas, pero si con ello los salvo... —tragó saliva—. Quiero tu palabra Eldar.
            —Tú y un grupo de voluntarios os quedareis aquí. Tienes mi palabra, seréis mis invitados —dijo con un tono frío como el hielo.
            —Cuente conmigo mi señor —se apresuró a decir el joven que lo observaba. El hombre sonrió frente a la fidelidad del recluta, cerró los ojos y asintió con la cabeza levemente.

            Alai-Cieln hizo un gesto a los guardianes para que los soltasen. Luego tendió una mano al hombre.

            —Mi nombre es Alai-Cieln Naibel Dorin, Y estás abordo de una astronave del mundo de Alaitoc.

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