domingo, 10 de agosto de 2008

La luna y la daga. I

El rechazo

            El concilio de brujos se hallaba reunido en torno al vidente Biel-Eltnail. La situación era complicada y la inminente batalla necesitaría del mayor poder que podía ofrecer el mundo astronave de Biel-tan, debían despertar al avatar. Ahora tenían que debatir quien sería el joven rey.

            Eltnail, creo que el más adecuado sería Altheniar, ese joven tiene demasiada rabia interior y, habiendo completado la senda del escorpión asesino, no sería bueno que medrase más o iniciase otra. Es vulnerable al caos.
            —Sólo es un joven con ardor guerrero —protestó la joven aprendiz Biel-Nathei.
            —Y vuestro amante, ¿o acaso creéis que el consejo no lo conoce? ¡Por el amor de Asuryan, lleva tatuados los versos de venganza de Khaine! Está condenado a traspasar el límite. Ésta es la forma de que al menos muera con honores.
            —Está bien, así será. Y tú, Nathei, no debes dejarte influenciar por los sentimientos.
            —Pero padre...
            —Ahora no soy tu padre, soy el vidente que vela por este mundo astronave. Sabes que debes aprender a diferenciarlo. El no hacerlo te vuelve débil.

            La noticia se hizo llegar al joven Altheniar que, privado de tiempo para despedirse, caminó vestido con la túnica del joven rey. La rabia galopaba por su sienes, azotado por el dolor y un regusto a traición que tapaba su ungimiento... ¡vaya un falso honor!

            Entró en la cámara y tras él se cerraron las puertas. Hacía un calor asfixiante. Caminó con paso firme por una estrecha pasarela; bajo ella un lago de metal fundido, enfrente el trono desde donde el avatar lo miraba inquisitivamente. Terminó la pasarela, caminó hasta el avatar e hincó una rodilla en el suelo, ofreciendo su arma, mirando al suelo. El calor evitó que una lágrima mojase su rostro.

            —Levanta, Altheniar. Y muéstrame esos tatuajes que te condenan a esta muerte.
Sorprendido, Altheniar mostró su pecho.

            —Oh, ¿cómo la mejor de mis poesías puede ser tan letal como mi espada?

            La voz del dios resonó jocosa y llena de un poder sin límites, sus ojos brillaban como ascuas en la noche. Acercó su mano ensangrentada al pecho del Eldar y grabó con sangre runas de odio en su pecho. Un dolor indescriptible lo obligó a curvar su espalda. Como una res marcada con el duro hierro, se desplomó dolorido.

            —Podría tomar tu alma y caminar a la batalla pero tengo algo más grande para ti. Sal, vive, y dile a esos cobardes del consejo que hoy sólo podrán valerse de lo que les instruí. Te culparán de ello, pero no seré yo quien trunque tu futuro porque alguien te envidie.
            —Como ordenéis, mi señor, eso haré.

            Altheniar caminó dolorido por la pasarela, arrastrando su fiel arma. Mal embozado en una túnica y no sabía si maldecido o bendecido por su dios. Lo que sí sabía es que ahora sería un paria, que no volvería a ver a su amada y que sólo le esperaba la senda del vagabundo. La ira brotó de él con un grito.

            El consejo no tardó en condenarlo, fue abandonado en un mal planeta, con sólo el equipo de un explorador. Ni su espada le habían dejado.

2 comentarios:

  1. la verdad es de estas cosas no entiendo un pijo, pero me gusta, muy en tu línea

    (puedo corregirlo? porfaporfaporfa!)

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